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Débiles fuímos, nos hiciste fuertes, y combatimos como bravos leones... ¿Como olvidarte en el camino incierto si tu ejemplo fulgura en la conciencia? ¿Si en batalla campal caíste muerto por conquistar la patria independencia? ¡Surge triunfal! No son tus glorias pocas: que el pueblo audaz que estranguló tiranos, ¡te ensalzará con su millón de bocas! ¡te aplaudirá con su millón de manos!

Pero hay cosas que no puedes saber por tu memoria, y son la curiosidad interesada con que yo observaba tus pasos desde Madrid, y resuelto propósito de socorrerte cuando caíste en el mayor peligro en que puede caer un hombre.

El sol abrasador de Tunez marchitaba tu juventud en los aduares: caiste en poder de los enemigos de tu tribu, fuiste vendida como esclava, y ahora disfrutas las delicias del harem y el cariño de tu dueño. ¡Ay mi sol de Africa! ¡Ay mi libertad! ¿Te imaginas por ventura que una esclava no es una muger?

Huyó repentinamente de ellas toda la sangre y quedó densamente pálido. Y por un impulso ciego, superior a su voluntad, gritó fuera de : ¡Eso es una vileza! ¡Una cobardía! Y aun trató de lanzarse sobre él. Pero le detuvieron. D. Pedro gritaba mientras tanto a grandes voces, loco de furor: ¡Por fin caíste! ¡Por fin caíste, perro!

Mirome él con profunda lástima, y me preguntó con el mayor interés, cómo me había pasado aquel accidente. ¿Accidente? exclamé sorprendida. Tienes la frente amoratada, mi pequeña Reina. La tonta habrá subido a algún árbol o a alguna escalera observó mi tía. , a una escalera respondí, es verdad. ¡Pobrecita! exclamó el cura desolado, y ¿caíste de boca? Yo hice una inclinación afirmativa.

Tus compañeros, atemorizados por la ola impetuosa que avanzaba sobre ellos, te dejaron al cabo solo y pidieron refugio como ruines mujeres en la casa del capitán. ¡Y , guerrero infatigable, luchaste solo, solo en medio de las espesas filas de tus enemigos! Por fin, caíste. Los hijos feroces de Lorío descargaron aún sobre ti su furia moliendo tu cuerpo como si fuese el trigo de las eras.

Fuiste vencida, cara patria mia, Tus legiones sufrieron un revés, Pero nadie dirá que no caiste Como los héroes de ochocientos diez. No lo dirán... ¡cobardes!.. las espaldas Muestre lanceadas argentino infiel; Nobles heridas muestren en el pecho Los descendientes de ochocientos diez.

No caeré en herejía replicaba el fraile, que ya hemos dicho que era muy desvergonzado; no caeré en herejía cuando no caíste. Nunca mi amistad será más inexplicable que lo fué tu amor. Con esto Doña Blanca exhalaba un suspiro, que tenía su poco de bufido, y se amansaba y se callaba.

La muerte es un don bendito, Porque el Maestro celestial Solo castigó el delito De aquel Judio maldito Con una vida eternal. Como antes de la victoria Suele caer el guerrero, caiste, jornalero, Sin concluir tu mision; Y como aquel, que tranquilo Sobre sus armas espira, Caiste sobre tu lira Con noble resignacion.

Lavalle, tu cabeza De penas fué calvario, Y vaso lacrimario Tu grande corazon: Y los cautivos pueblos Vertieron en tu seno El llanto de amor lleno Que el pueblo derramó. Luchando cuerpo á cuerpo Caiste en noble guerra, Sobre la misma tierra, Que tu sudor regó. Y el corazon del mártir Que atesoraba el llanto Un génio sacrosanto Del cuerpo arrebató.