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No me explico ese constante fenómeno de mi espíritu; pero un buitre, con las alas abiertas, cerniéndose sobre el pico de un peñasco, hace siempre surgir en mi memoria el mito soberbio de Prometeo, como un caimán durmiendo en las arenas rehace para el mundo faraónico...

Oímos un chapoteo en el agua; creímos que era un caimán que se escurría entre las cañas bravas. De repente, pim... un tiro. ¡Ellos!... Al instante toda nuestra gente se echa los fusiles a la cara. Ta-ra-ra-trap... Un negrazo salta sobre , y zas, le meto el machete por el ombligo y se lo saco por el lomo... No me he visto en otra, hija».

Para desterrarlos de un punto donde se hagan molestos no hay cosa mejor que el humo del tabaco, con el que se asfixian y mueren. Iguana, lagarto grande verdoso que abunda en los ríos: es inofensivo, excepto una variedad del río Grande, que es tan terrible como el caimán.

Las chozas. Aspecto de la naturaleza. Las tardes del Magdalena. Calma soberana. Los mosquitos. La confección del lecho. Baño ruso. El sondaje. Días horribles. Los compañeros de a bordo. ¡Un vapor! Decepción. Agonía lenta. ¡Por fin! El Montoya. Los caimanes. Sus costumbres. La plaga del Magdalena. Combates. Madres sensibles. Guerra al caimán.

Fuerte, como el tamarao de las selvas malayas, como el caimán enorme que custodia sus playas, cual las eternas fráguas del Apo y del Taal. Escala cubiertas cumbres, conquista hondos abismos, jamás sucumbe en lucha contra los despotismos del extraño poder. Se lanza cantando himnos a la tumba enemiga, el ideal por gladio y por triple loriga la gloria de su patria, el honor y el deber.

En los ríos y mangles que rodean á Pitogo, viven caimanes de extraordinarias proporciones. La cacería del caimán ó sea la buaya, como le llama el indio la verifican de una forma muy cómoda y sencilla.

Afortunadamente sus temores duran poco ; pues los indios se apresuran á tirar del lazo y arrastran al caiman, aturdido talmente de verse capturado, que ya ni siquiera intenta defenderse. Como no puede darse vuelta, acercánsele los indios por detras, y le quitan la vida de dos ó tres hachazos.

Esta conducta indignó a Miguel en alto grado, y lo que acabó de desprestigiar al cura fue que, en vez de avergonzarse de haber pegado a un hombre que no se defendía, aún se jactaba de ello el muy ruin. «¿Has visto, barájoles, has visto qué mocada tan gorda le asesté la primera? ¿Qué bien sonó, eh?... Pues aún fueron mejores las que le di por debajo, en las narices, aunque no sonaban tanto... ¡Barájoles, ya le tenía yo ganas a ese mastuerzo!... ¡que eche roncas ahora con sus dientes de caimán

En lo alto del mangle, atan un perro, cuyos ladridos bien pronto atraen al caimán; este, tan luego se halla dentro de las fuertes emanaciones de la carroña, fija en ella su voracidad, hundiéndose en el interior de su descomunal boca, las afiladas barras del anzuelo.

Hay otros que cazan el mismo animal con un palo corto, y puntiagudo en ámbas estremidades, en medio del cual está amarrado el lazo: armados este modo salen al encuentro del caiman, que abre su horrenda boca para tragar el brazo del nadador, quien aprovechando de este movimiento introduce perpendicularmente su palo, quedando este clavado en las quijadas que cierra vorazmente el animal.