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Nada, que no parece; hemos perdido la llave del armario o de la alacena... y aquí me tienes muerta de hambre. A ver, a ver, dame algo, socarrona; o meriendo, o me caigo de hambre. Dos veces a la semana se jugaba en su casa a la lotería o a la aduana. Se dejaba un fondo para una merienda en el campo; se nombraba una comisión para que lo preparase todo.

Pues cuidad, don Francisco, en dónde ponéis los pies, porque palacio está muy resbaladizo. Como ando despacio, señor duque, nunca resbalo; como tengo los pies grandes me afirmo; cuando caigo no es que caigo, sino que me caen. Guarde Dios á vuecencia y le prospere añadió, viendo que el duque había abierto la puerta.

Para nosotras, para las señoras salta la de Esquilón la política está aburridísima en estos momentos que, según dicen, son históricos. Yo no qué falta, pero algo falta. Falta la presidenta dice Petrona. elemento necesario, imprescindible, de toda presidencia completa. ¡Cierto, Petrona! exclama la joven viuda, dándose una palmadita en la tersa frente; ahora caigo.

Encerrándose en sus conchas, Marianela habló así: Madre de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? ¿Por qué cuando mi madre me tuvo no me miraste desde arriba?... Mientras más me miro más fea me encuentro. ¿Para qué estoy yo en el mundo?, ¿para qué sirvo?, ¿a quién puedo interesar?, a uno solo, Señora y madre mía, a uno solo que me quiere porque no me ve. ¿Qué será de cuando me vea y deje de quererme?... porque ¿cómo es posible que me quiera viendo este cuerpo chico, esta figurilla de pájaro, esta tez pecosa, esta boca sin gracia, esta nariz picuda, este pelo descolorido, esta persona mía que no sirve sino para que todo el mundo le con el pie. ¿Quién es la Nela? Nadie. La Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelve a y me ve, caigo muerta...

-Ya, ya caigo -respondió don Quijote- en ello: quieres decir que eres tan dócil, blando y mañero que tomarás lo que yo te dijere, y pasarás por lo que te enseñare. -Apostaré yo -dijo Sancho- que desde el emprincipio me caló y me entendió, sino que quiso turbarme por oírme decir otras docientas patochadas. -Podrá ser -replicó don Quijote-. Y, en efecto, ¿qué dice Teresa?

Y yo, con la buena enseñanza cristiana que he mamado, tengo en el alma este otro propósito: «Haz lo que debas y suceda lo que suceda.» ¡Hola! ¡ya caigo! dijo con concentrada ira el guarda. Mañana me voy; no volverás á verme; ¡pero por estas que me afeito, que te acordarás de mientras memoria tengas! Diciendo esto, el guarda se alejó rápidamente y desapareció entre los olivos.

Cuando de me aleje Y á los combates vaya, En medio á la batalla Me acordaré de , Y esperaré la noche Para calmar mi anhelo, Interrogando al cielo: ¿Se acordará de ? ¡Adios! nunca me olvides, Y que tu estrella amiga Siempre á tu mente diga Que estoy pensando en : Y si en el campo caigo Por la metralla muerto, Mira ese rayo incierto Y acuérdate de . NADA DIR

Consultó la observación con Leto que iba a su lado, y Leto la dijo: Fíjese usted bien, particularmente en la Escribana mayor, que es la que más lo exagera... ¿No cae usted? No caigo. Pues consiste en que han dado todas en la gracia de imitarla a usted en el modo de andar y en el de vestir. Nieves se hizo cruces.

¡Chica, tengo un hambre de lobo! entró diciendo . ¿Cuándo acabáis de abrir el buffet? ¡Ah! ¿Conque os vais por los rincones? ¡Prudencia, Clementina, prudencia!... Hija, yo no puedo aguardar más: dame algo de comer, o me caigo. Clementina la llevó riendo a un rincón y le hizo servir algunas viandas.

La joven inclina su cabeza sobre el pecho de Juan, le echa los brazos al cuello y llora. Al día siguiente dice Gertrudis: Ayer me porté como una chiquilla, Juan, y creo que, a poco más, caigo al agua. Ya habías perdido el equilibrio dice él. Y se estremece al recordar el terrible instante. Una sonrisa sentimental pasa por los labios de Gertrudis.