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Para las mujeres era un ahogado, un cadáver que la hinchazón hacía flotar lo mismo que un odre, luego de haber permanecido muchos días entre dos aguas... De pronto surgía una suposición que dejaba perplejos á todos. «¡Si será el DotorLargo silencio... El pedazo de madera tomaba la forma de una cabeza; el cadáver se movía.

De entre ellos salió una voz que gritó: Queremos tu sangre, perro. No fue preciso más. El Padre Sauri desapareció. No puede describirse su horroroso martirio. De manos de los monstruos pasó a las de unas cuantas harpías que le arrastraron hasta la plazuela de San Millán, mutilando su cadáver en el sangriento camino.

Nosotros contemplábamos su cadáver aún caliente, y nos parecía mentira; creíamos que había de despertar para mandamos de nuevo, y tuvimos para llorarle menos entereza que él para morir, pues al expirar se llevó todo el valor, todo el entusiasmo que nos había infundido.

Como valor fingía, de mis ojos el llanto contener pude un instante; para no ver sus míseros despojos oculté entre mis manos mi semblante. Alcé luego la frente, mas no estaba su cadáver allí. ¡Vana porfía! ¡Ya su cuerpo en la tierra descansaba! ¡Ya en una tumba su beldad yacía!

Luego hizo de improvisa muestra, junto a la almohada del, al parecer, cadáver, un hermoso mancebo vestido a lo romano, que, al son de una arpa, que él mismo tocaba, cantó con suavísima y clara voz estas dos estancias: -En tanto que en vuelve Altisidora, muerta por la crueldad de don Quijote, y en tanto que en la corte encantadora se vistieren las damas de picote, y en tanto que a sus dueñas mi señora vistiere de bayeta y de anascote, cantaré su belleza y su desgracia, con mejor plectro que el cantor de Tracia.

¡Doña Clara os espera! dijo Quevedo. Don Juan siguió á su amigo, y entrambos salieron de la casa. El padre Aliaga se quedó orando al lado del cadáver de Dorotea. El cocinero de su majestad supo al día siguiente, al ir á oír misa á Santo Domingo el Real, una noticia horrible.

Y si se deja pasar delante a la dama, ninguno de los nocturnos rondadores se detendrá en su carrera loca, aunque oiga el tiro que corta la vida de su rival, aunque tropiece en el camino su ensangrentado cadáver, aunque el tufo de la pólvora le diga: «¡Al final de tu idilio está la muerte!». No, no se pararán.

Ya se orillan espléndidas terrazas cubiertas de jardines, desde las cuales se tiene un golpe de vista encantador; ya se vaga bajo las espesas alamedas, en un terreno desigual y exuberante de vegetacion, pasando al lado de formidables murallones invadidos por el bosque, de fuentes arruinadas y escombros destrozados, que yacen en la espesura de los tilos, las encinas, etc., como restos de un inmenso cadáver de mármol y piedra.

Además, su deber era darle sepultura inmediata en el mar, ya que no podía hacerlo en tierra. Tomó á un mismo tiempo con sus dedos el cadáver de Popito y el cuerpo de Ra-Ra, depositándolos de nuevo sobre la chaqueta.

Pregunté, y supe que en aquel ataúd iba el cadáver de Tremontorio. ¡Dios sabe lo que pasó entonces por mi alma!