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Cada vez que algún Ayuntamiento radical emprendía o proyectaba siquiera el derribo de algunas ruinas o la expropiación de algún solar por utilidad pública, don Saturnino ponía el grito en el cielo y publicaba en El Lábaro, el órgano de los ultramontanos de Vetusta, largos artículos que nadie leía, y que el alcalde no hubiera entendido, de haberlos leído; en ellos ponía por las nubes el mérito arqueológico de cada tabique, y si se trataba de una pared maestra demostraba que era todo un monumento.

Y su grito era cada vez más alto y desgarrador. Ya me verás... No te asustes repuso el joven, a cuyos ojos acudieron las lágrimas. Al mismo tiempo hizo un signo interrogativo al médico.

Academia, es un término comun colectivo, porque expresa la coleccion de los académicos; pero no de tal suerte que cada uno de estos pueda llamarse academia. Sabio es término comun distributivo, porque se aplica á muchos, de manera que cualquiera individuo que posea la sabiduría, puede llamarse sabio. Término singular es el que expresa un solo individuo: como Pirineos, mar Negro, Madrid, etc.

Para la lucha por la existencia se necesitan fuerzas; para tener fuerzas se necesitan glóbulos rojos en la sangre; para que haya glóbulos rojos en la sangre precisa nutrirse... Yo no me nutro, porque no como carne. D. Pantaleón le miraba cada vez con mayor asombro.

Lejos de decrecer, la enfermedad del señor Aubry tendía cada día a agravarse; sentía grandes dolores de cabeza; el menor ruido, repercutiendo en su cerebro adolorido, le causaba vivos sufrimientos, por lo cual se evitaba todo lo que pudiera turbar su descanso.

Allá va la punta de mi capa, que si yo me meto me atollo también y somos dos pájaros en vez de uno. Paréceme bien la idea y agárrome á ella dijo Quevedo agarrándose á la punta de la capa que le había echado el matón. Tiró éste, y crujiendo costuras, abriéndose telas, y con gran trabajo, logró verse al fin en firme Quevedo, pero con una arroba de tierra en cada pierna y perdidos los zapatos.

El interés de los particulares, la iniciativa y los bríos de asociaciones libres procurarán hacer y conservar caminos y canales, llevar las cartas, cuidar de telégrafos, de teléfonos y de cuanto más tarde se invente, y fundar y sostener escuelas donde cada cual enseñe lo que más verdadero, útil ó bonito le parezca.

Además me era insoportable la presencia de los periodistas, desde el día en que me ajustaron las cuentas y pusieron en solfa mis sonetos. Me repugnaba el trato de mis críticos, solamente soportables para cuando discutían y se peleaban, cada cual en defensa de sus «ideales». Nada más triste que Villaverde al fin del día; nada más horrendo que mi ciudad natal después de obscurecer.

Los vendedores de periódicos pregonaban terribles batallas en el centro de Europa: ardían las ciudades bajo el bombardeo, morían cada veinticuatro horas miles y miles de seres humanos... Y él no leía nada, no quería saber nada.

Informados bien de todo, lo participan al grueso del ejército, para que luego que se pase el plenilunio, y tengan la luz necesaria para su trabajo, marchen al ataque. Al punto que se acercan al parage señalado, se separan en diferentes cuerpos pequeños, teniendo cada uno determinado á su ataque sobre tal casa, ó tal quinta.