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¿Qué hacemos ahora? preguntó al cabo Toribión. ¿Le dejamos marchar? No; debemos torgarlo para que no vuelva á cortejar fuera de su quintana manifestó un mozo que había rondado á Flora algún tiempo sin resultado. Sin embargo, Toribión se puso de parte del primero. ¡Á torgarlo! ¡á torgarlo! exclamó soltando bárbaras carcajadas.
Todo el mundo estaba pendiente de su sonrisa, de sus gestos, de su apetito y no se escatimaban los medios de divertirla y aun aturdirla. Así transcurrió un año. Al cabo, aquella vida, más que agitada, febril, agotó sus nervios. Acometiole un decaimiento físico y moral que en vano trataron de combatir los que a la continua la rodeaban. El primero que sintió los efectos de este desmayo fue Núñez.
Lo único que vio y apreció en Rosa fue la forma, o por aproximarnos más a la verdad, la carne. No era apto para sentir ni aun comprender otras pasiones más subidas. Pareciole, así que la vio, un bocado apetitoso. Al cabo de algunos días de vivir cerca y contemplarla largamente en todas las posturas, concibió por ella una torpe y desenfrenada afición.
La empresa se había llevado a cabo con felicidad. No le restaba más que dormir tranquilo sobre su triunfo. Sin embargo, no era así. Apesar de su figura robusta y gallarda, poseía el conde un sistema nervioso excesivamente impresionable. La más ligera emoción turbaba su espíritu, le inquietaba hasta un grado indecible. Tal exquisita sensibilidad le venía por herencia y también por educación.
Sabed que los principios aplicados en mi construcción fueron caprichosos, y más caprichoso aún, el empeño de construirme sin gastar un solo maravedí y llevar á cabo su empeño.»
¿Ónde está la carne? pregunta, al cabo, con voz ronca el pescador. La carne... tartamudea su mujer, como ya estaba cerrada la tabla cuando fuí á buscarla, no la traje. ¿El dinero?... el dinero... en la faltriquera. Á ver el dinero, digo, ¡pronto! La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sin abrir toda la mano, se los enseña á su marido.
Poco después, como tratase de despedirme de él para unirme de nuevo a las monjas, me retuvo por el brazo. ¡Vamos, hombre, no haga usted más el oso! dijo riendo. ¿No le parece a usted que basta ya de guasa? ¿Cómo guasa? exclamé confuso. No contestó y seguimos paseando. Al cabo de unos momentos, la vergüenza que se había apoderado de mí, hizo lugar a la cólera.
Deseoso de recorrer otro punto de Chiquitos, atravesando bellas selvas me puse en la mision de San-Juan, y retorné en seguida á San-Javier, de donde me aparté diciendo tambien adios á la provincia, al cabo de seis meses que me habia dedicado á su estudio.
Valor necesitaban los que, cual Cabot, Brentz y Willoughby, montados en barquichuelos informes, remontando el torrente de hielos, afrontaron el Spitzberg, abrieron la Groenlandia por su fúnebre entrada, el cabo Adiós, introduciéndose hasta aquel rincón donde aun en nuestros días han ido á estrellarse doscientos barcos balleneros.
1 Y aconteció [que] al cabo de veinte años que Salomón había edificado la Casa del SE