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Nuevos murmullos y mayor ansiedad por ver la metempsícosis de aquel ángel exterminador. No se hizo esperar. Al cabo de pocos minutos la peluca y la careta volaban por el aire como encendido cometa. ¡Matalaosa! gritaron todos. Una inmensa carcajada sonó en el teatro. Mátala, no te descubras que te vas a constipar dijo uno desde la cazuela. Matalaosa se retiró avergonzado como su compañero Levita.

Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra.

Al cabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro y como si saliese de un sueño exclamó: Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No si tendré tiempo de ir á Lorío á despedirme de Flora y volver antes de la noche. lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía. Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de la paredilla á las altas montañas de Mea.

Fue una vida dirigida, como la aguja magnética, hacia una sola dirección; y todas las vicisitudes y agitaciones de aquella existencia, realmente tormentosa, vinieron al cabo a culminar en un mismo punto y en el sentido de una sola vía, por la que se encaminaron en definitiva sus pasos.

Juan era inteligente y laborioso, e hizo tales progresos, que sus dos profesores, el cura sobre todo, al cabo de algunos años se inquietaron, pues su discípulo sabía ya casi más que ellos. Por ese tiempo fue la Condesa, después de la muerte de su marido, a establecerse en Lavardens, trayendo un preceptor para su hijo Pablo, el cual era un hombrecillo precioso, pero de los más perezosos.

Y no cuántos más, entre quienes figuraba el dueño de la botica, el invariable don Procopio, jugador desenfrenado, que había convertido aquel templo de Galeno en un santuario de Birján. Solíamos ver allí al P. Solís. Venía de tarde en tarde, a la hora en que había menos tertulios; se leía de cabo a rabo los periódicos, y luego... ¡a charlar con Sarmiento y con Venegas!

4 Y éste es el caso del homicida que ha de huir allí, y vivirá: el que hiriere a su prójimo por yerro, que no le tenía enemistad desde ayer ni anteayer; 5 y el que fue con su prójimo al monte a cortar leña, y poniendo fuerza con su mano en el hacha para cortar algún leño, saltó el hierro del cabo, y encontró a su prójimo, y murió; aquél huirá a una de estas ciudades, y vivirá.

Comenzó por abrir la carta con la punta de los dedos; me miró sonriendo, leyó unas cuantas líneas, volvió a sonreír, y por último, aumentando su jovialidad, prorrumpió en una franca carcajada que a me dejó desconcertada. Con todo, como acabó de leer la carta de cabo a rabo, ya iba yo recobrando una ligera esperanza, cuando súbitamente vi que la rasgaba.

El cielo escuchó sus oraciones. D.ª Carolina se presentó al cabo de media hora radiante de dicha. Y antes de que saliese una palabra de sus labios, corrió hacia su hija y la abrazó estrechamente derramando un torrente de lágrimas. Después hizo lo mismo con Mario.

Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perdían en el dilatado horizonte de la bahía.