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No cabía temor de que se necesitaran esfuerzos para apartarlos de él; y en apartándose, el ejemplo de los demás impulsaría hacia lo bueno al que de los dos tuviera la desdicha de sentir tentaciones de no serlo.

Hubiera dado muchos días de vida por saber todo con claridad, y al mismo tiempo se horrorizaba al pensar que iba á saberlo. La idea de la deslealtad de Clara, de su deshonra, era demasiado grande en su horror, y no le cabía en la cabeza.

Don Román me recibió cariñosamente, como de costumbre: ¡Gracias a Dios! me duele en el alma que te vayas; pero ¿no es cierto que de cuando en cuando vendrás a visitarme? Eres mi único amigo. ¿Quién me hubiera dicho que , el chiquitín que yo conocí de este tamaño, que cabía en un azafate, sería mi amigo?

No cabía duda: aquella mujer alcanzaba la importancia de su nueva situación; no se dolía de lo ocurrido, ni denotaba la más remota veleidad de querer explotar su sacrificio, mas tampoco le cabía en la cabeza la sospecha de que pudiese ser víctima de una infamia.

Aquella señora se parecía a su madre, no cabía duda. Por esto sólo se había fijado en ella, y había sido su perseguidor callejero algún tiempo. ¿No era una verdadera profanación, una cosa abominable que la imagen de su madre le inspirase deseos carnales?

Juan Evaristo Segismundo, después que le trajeron de San Ginés, estaba tan guapote y satisfecho, cual si tuviera conciencia de su dichoso ingreso en la familia cristiana; y para celebrarlo, en cuantito llegó al lado de su madre, buscó la despensa y se puso el cuerpo que no le cabía una gota más de leche.

Ardíame la sangre que momentos antes era hielo desleído; zumbábanme las sienes, y el corazón no me cabía en el pecho; abrí otra vez los ojos, y tuve que cerrarlos de repente, porque los sentí deslumbrados por las mismas llamas infernales que me abrasaban el rostro.

Sin embargo, pensaba que debía de parecerse más a la fabricación de la cerveza a causa del sistema de destilación, pues no le cabía duda de que las sensaciones para trasformarse en ideas debían de pasar por un finísimo alambique. Mas a pesar de cuantos esfuerzos llevó a cabo para descubrir con el microscopio este cedazo, no lo había logrado hasta entonces.

Reñir a Bonifacio llegó a ser su único consuelo; no pudo prescindir ni de sus cuidados ni de pagárselos con chillerías y malos modos. ¿Qué duda cabía que su Bonis había nacido para sufrirla y para cuidarla?

Era también evidente que una era casada; entre otras razones, porque, de ser solteras ambas, no irían solas. La casada era la morena. En esto tampoco cabía duda. Se conocía en tener más edad y en otros indicios que, juntos todos, llegaban a la más completa certidumbre. ¿Con quién estaba casada la morena? Ambas eran forasteras: recién llegadas a Madrid, ya que nadie las conocía.