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Parecía muerto, sin el menor latido que denunciase su vida interior; pero bastaba un ligero movimiento de mano para que se estremeciese instantáneamente todo él, como un caballo que desea lanzarse á una carrera loca. Prepárese á conocer algo primoroso, Maltranita dijo Castillejo en voz queda, sin volver la cabeza . Presenciará usted una caza nunca vista.

Un fraile dominico la predicaba sin descanso, y ora usando del ruego, ora de la amenaza, agitaba ante sus ojos la imagen de Cristo crucifijado. Por fin, todos oyeron la áspera voz del religioso, que gritó como enloquecido: ¡Ultima vez: decid que abjuráis de vuestras creencias diabólicas! Aixa meneó la cabeza negativamente.

Así que entró se me ocurrió que en su hermosa cabeza bullían ideas matrimoniales. Tenía treinta años; su estatura era suficientemente elevada para que Pablo a su lado, se transformase en pigmeo; era su expresión inteligente y altiva, y tal que nadie le hubiera otorgado la aureola de la santidad a primera ni a segunda vista.

¡Imposible! ¡Calla! No sabes lo que te dices. En ti sería una locura, en una infamia. Don Juan, sin dejarla seguir, preguntó dolorosamente: ¿Luego estás casada? Cristeta, en vez de contestar categóricamente, dejó caer los brazos rectos a lo largo del cuerpo, con ademán de profunda resignación, y sin desplegar los labios inclinó la cabeza sobre el pecho.

Y, muy dichosa, me precipité como una tromba en el cuarto de la abuela, que está al lado del mío. Sorprendida por mi brusca invasión la abuela no puede acostumbrarse a mis modales de torbellino la encontré enredada en las bridas de su cofia de dormir, y tratando de sujetársela en la cabeza del modo que convenía a la solemnidad de las circunstancias.

Me encontraba sobre una balsa informe que amenazaba desbaratarse por momentos. Al verme en tal situación, corrí hacia Marcial diciendo: «¡Me han dejado, nos han dejado!». El anciano se incorporó con muchísimo trabajo, apoyado en su mano; levantó la cabeza y recorrió con su turbada vista el lóbrego espacio que nos rodeaba. «¡Nada! exclamó ; no se ve nada. Ni lanchas, ni tierra, ni luces, ni costa.

Mariano, Mariano; el único consuelo que podría tener yo ahora es verte corregido, verte caballero y persona decente. Levanta esa cabeza, abre esa boca, mueve esa lengua, habla, contéstame...». Y, dándole un golpe en la barba, le hizo alzar la cabeza.

Desearía hacer por ella lo que haría por una hija. Y así, en todas las fiestas que doy y en todas aquellas en que intervengo o tengo alguna influencia, hago que asista mi protegida. En una palabra: deseo casarla bien. Los jóvenes de cabeza de ciprés que asistían a la fiesta, al saber que Inés era pobre, huían de ella como de la peste.

Voy a llevarte a la barbería y a raparte la cabeza, dejándotela como un huevo». Si le hubieran dicho que le cortaban la cabeza, no hubiera sentido la chica más terror. «Eso, ahora el moquito y la lagrimita, después me envenenas la sangre con tus peinados indecentes. Pareces la mona del Retiro... Estás bonita... ... Pero qué, ¿también te has echado pomada?».

Margarita estaba sentada ante una mesilla de valiosas incrustaciones, colocada delante de un balcón y sobre la cual, sostenido por dos amorcillos de bronce, había un espejo bastante grande para retratar entre sus abiselados bordes la cabeza de la hermosa dama, a quien una doncella sujetaba con dos horquillas de oro el rodete bajo en que, según la moda, estaba recogido el pelo después de ondular ligeramente hacia las sienes.