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Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ¡Pero, cegato! gritaba a su marido. ¿No oyes que viene Rafaé? Anda a sostenerle el cabayo, mardecío.

En sus cortijos hay orden pa que me den lo que pía y me dejen en paz... Esas cosas no se orvían nunca. ¡Con tanto rico pillo que hay en er mundo!... A lo mejor lo encuentro solo, montao en su cabayo lo mismo que un chaval, como si por él no pasasen años. «Vaya usté con Dió, señó marqué.» «Salú, muchachoNo me conose, no adivina quién soy, porque yevo mi compañera y señalaba a la carabina metía bajo la manta.

La gente miraba boba un cartelón que yevaban los cantores representando un güen mozo de calañé y patiyas, vestido de lo más fino, montao en un cabayo magnífico, con el trabuco en el arzón y una gachí de buenas carnes a la grupa. Tardé en enterarme que aquer güen mozo era el retrato der Plumitas... Eso da gusto.

Reían los presentes, y el contratista se limitaba a encoger los hombros. Pero ¿qué tié este cabayo? decía tranquilamente . ¡Arrepárale, mala alma! Mejor es que otros que tién muermo, o les dan vértigos, y que has sacao a la plaza, apeándote por las orejas antes de que te arrimases al toro. Más sano es que una manzana.

Hermana Balî que creía adivinar el motivo el P. Camorra se llamaba Si cabayo por otro nombre y era muy travieso la tranquilizaba: ¡Nada tienes que temer! ¡si voy contigo! decía; ¿no has leido en el librito de Tandang Basio dado por el cura, que las jóvenes deben ir al convento, aun sin saberlo sus mayores, para contar lo que pasa en la casa? ¡Abá!

Se ha ido sin despedirse de Juan, y cuando éste fue a verla el otro día, se encontró con la puerta cerrá. Y ahí le tiene usté, triste como un cabayo enfermo, y anda con los amigos con cara de entierro, y bebe pa alegrarse, y cuando vuelve a casa paece que le han dao cañaso. No; él no olvida a esa mujer.

Toos los hombres, no: uno, sólo uno: mi Rafaé, que cuando va en su jaca paece, por lo bonito, un San Miguel a cabayo. ¡Pero no vayas a ponerte tonto con estas alabanzas, que too es broma!... Quiero ser cortijera con mi cortijero, que me quiere y me dise cosos bonitas. Más me gusta con él un gazpacho pobre que todo el señorío de Jerez...

En cuanto a mi Manolo... es callao, no lo sabrá ni la tierra, y como él arree un cabayo..., ya puén golverse locos los que la busquen a usted. En seguida llamó a la mujer de un mozo, la cual se presentó a los pocos momentos acompañada de una sobrina, de dieciséis años, graciosa, esbelta, vivaracha, al parecer muy inteligente, y que traía de la mano a un niño de dos años.

Es gloria pura verla a cabayo, con su calañé, su corbata y su faja. Los hombres debían ir a puñalás por sus ojitos de sielo. El bandido dejábase arrastrar por su entusiasmo meridional con la mayor naturalidad, buscando nuevas expresiones de elogio para la señora.

¿Y el cabayo? ¿dónde lo has dejao? Rafael explicó su viaje. El caballo estaba en el ventorro de la Corneja, a dos pasos de allí; una cabaña al borde de la carretera. Bien necesitaba descansar, pues había venido al galope desde el cortijo. Aquel sábado había sido de trabajo.