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Su traje sencillo dejaba ver, en los pormenores todos, la elegancia y el buen gusto. La cabalgata se paró a la puerta de D. Acisclo, y éste, seguido de su ahijado y huésped, se halló pronto en la sala, donde aguardaban doña Luz y doña Manolita. Aquí tiene V. a nuestro diputado el Sr.

Todo lo contrario, señora; así se me ofrecerá la ocasión de darme más exacta cuenta de la fisonomía. ¡Tanto mejor!... soy por naturaleza muy habladora... ¿no es verdad, Beatriz? Yo no me quejo, señora dijo Beatriz sonriendo débilmente. ¿Ve usted, señor? no se queja pero asiente. El piafar de los caballos acompañado de un tumulto de risas y de voces anunció que la cabalgata estaba de vuelta.

El jardinero de la señorita Guichard, ocupado en rastrillar un terraplén que caía sobre el bosque á lo largo de una calleja, miraba por encima de la tapia la partida de la bulliciosa cabalgata, que había salido al galope y no podía contener los caballos, estimulados por un pienso extraordinario.

Y las de Pajares tuvieron que detenerse ante la muralla de curiosos agolpados al paso de la cabalgata.

No salió el Rey por la puerta del templo, sino por la del atrio cercado de magnífico claustro, donde habían montado a caballo él y cuantos le acompañaban. Cuando la lucida cabalgata apareció ante el gran público, la admiración general dio muestras de en murmullos, exclamaciones y vítores. Aquello era verdaderamente espléndido: un derroche de sedas, randas, plumas, oro y pedrería.

La emulación y los celos entre dos cofradías rivales, las fiestas y procesiones en que compiten, y sobre todo, la lucida cabalgata y jira campestre llamada del romerito, todo está lindamente pintado, rico de luz y de colores; todo tiene el perfume campesino de los pinares y de las huertas, la claridad y la limpieza de los arroyos de agua corriente, cerca del esquivo y apartado manantial, y la brillantez azul y serena del cielo despejado de Andalucía.

Numerosos indicios revelaban la agitación y el estado de alarma predominantes en aquella comarca y más de una vez se vió cercada y detenida la pequeña cabalgata por numerosos grupos de vecinos armados, á quienes tuvieron que dar cuenta del objeto de su viaje, so pena de hacerse sospechosos y verse metidos en un mal lance.

Así fué que nada se les ocurrió á los buenos alfayates que formaban la Hermandad de san Mateo, más ingenioso que el organizar una cabalgata alegórica con el título de El piadoso Eneas de las Españas, la cual fué cosa de ver, y bien merece que me ocupe de ella, siguiendo con toda fidelidad las relaciones contemporáneas, que por lo puntuales y verídicas no han de prestarse á dudas.

A las doce, cuando mayor era la concurrencia, las de Pajares salieron de la catedral, devocionario en mano y al puño el rosario de nácar y oro. Regresaban a casa después de oír misa, y al llegar frente a la Audiencia vieron correr la gente, oyendo al mismo tiempo un lejano tamborileo. ¡La cabalgata! ¡La cabalgata! gritaba la chiquillería corriendo por la calle de Caballeros.

Pues de todo esto se olvidaba don Simón al verse rodeado de tanto caballero. Dirigía la cabalgata uno de los seis caciques, hombre enjuto, moreno, largo de nariz y penetrante de mirada; casi imberbe, aunque ya picaba en viejo; poco hablador, pero al caso, y desconfiado hasta de su sombra.