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Maltrana repelió tales elogios. Se iría cuanto antes: no deseaba más favores. ¡Ojalá pudiese en el mismo día abandonar aquella guarida de buhos!... Y volvió la espalda al señor Vicente con despectiva arrogancia, afirmando que aceptaba como un gran bien el perder de vista al beato y sus amigos. Pero al verse en la calle, toda su altivez se derrumbó de golpe.

Los Caínes visten de magistrados y guerreros; santifican el Maüser y la Horca, hacen del Oceano un Coliseo, del campo del honor un spoliarium; matan y juran entre rezo y rezo y convierten la tierra creadora en palacios de buhos y de cuervos, los únicos amigos de las tumbas, los únicos amantes de los muertos; esas dos majestades de la noche que van en recepción al cementerio... Todo es convencional y todo rige: Conciencia, Patria, Aristocracia, Infierno, Justicia, Fuerza, Jerarquías, Leyes, Honor, Banderas, Religiones, Cetros, sólo la Inteligencia y el Cariño son los supervivientes de los tiempos; can ellos dos se escalarán las nubes; con ellos dos se invadirán los cielos.

27 Mis entrañas hierven, y no reposan; días de aflicción me han sobrecogido. 28 Denegrido anduve, y no por el sol; me he levantado en la congregación, y clamé. 29 He venido a ser hermano de los dragones, y compañero de los búhos. 30 Mi piel está denegrida sobre , y mis huesos se secaron con ardentía. 31 Y se ha tornado mi arpa en luto, y mi órgano en voz de lamentadores.

Para acrecentar más el susto, no bien declinaba la tarde salían de sus ocultas madrigueras feos murciélagos, que tenían en el hocico como un hierro de lanza y que se suponía que eran vampiros y vagaban en torno de la nave y hasta se posaban en los mástiles y en las velas. En medio de las tinieblas nocturnas solía oírse el lúgubre silbido de las lechuzas y de los búhos.

Tenía piramidal escalinata, zócalos greco-romanos, y luego machones y paramentos ojivales, con pináculos, gárgolas y doseletes. Por arriba y por abajo, a izquierda y derecha, cantidad de antorchas, urnas, murciélagos, ánforas, búhos, coronas de siemprevivas, aladas clepsidras, guadañas, palmas, anguilas enroscadas y otros emblemas del morir y del vivir eterno.

A lo lejos los ladridos de los perros resonaban en la otra margen del Tiber; mas cerca de mi, el grito lugubre de los buhos salia del palacio de Cesar, y el viento me traia los sonidos moribundos del canto nocturno de las centinelas.

Al pasar por la aldea donde vi enterrar a Cornelia, y donde conocí al marido de Eulalia, penetré en el cementerio por las brechas del muro. La oscuridad era profunda. Los búhos de la vieja iglesia gemían o silbaban en las cornisas. La campana, lentamente movida por el aire, producía sonidos quejumbrosos y, de pronto, no qué acentos lúgubres se elevaron a mi lado.

La niebla se hacía más espesa y la fachada de la Bolsa adquiría extraño aspecto, detrás de aquella cortina de tules; míster Robert creía ver en los huecos de las columnas, en el borde de las cornisas y sobre el marco de puertas y ventanas, urnas cinerarias y fúnebres inscripciones, antorchas volcadas y figuras de buhos solitarios, el conjunto, en fin, de las tristes alegorías de los comenterios.

Herminia se refugió en su habitación y con la ventana abierta soñó, contemplando la luna que aparecía por encima de las hayas y las plateaba con su luz. Una paz profunda reinaba en la campiña. Solamente los buhos hacían oir en los abetos su grito monótono y triste. La joven pensó que acaso estaba destinada á vivir siempre en aquella soledad y aquel silencio.

Levantó el pesado cobertor de lana que tapaba el nido de búhos y vio a Catalina, a Luisa y a los demás sentados alrededor de una pequeña hoguera, que iluminaba las grises paredes. La anciana, sentada en un tronco de encina, con las manos cruzadas sobre las rodillas, miraba a la llama fijamente, con los labios contraídos y el color quebrado. Luisa, recostada sobre la pared, parecía que soñaba.