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Tuvo Miguel que ocultar la alegría que le causaron estas palabras. ¡Alicia le buscaba!... A pesar de su contento, sintió la necesidad de pedir nuevos detalles. ¿No le habían indicado una hora?... No, príncipe. «Esta tarde, en San Carlos»; ni una palabra más. Esa señorita casi se enfadó porque le pedí aclaraciones. Ya le he dicho que la intimidad tiene su mal carácter... como todas.

Buscaba un Pilades; toda amante le parecía una Safo, y estaba seguro de encontrar una Lucrecia el día que la necesitase. Desengañarle era una crueldad. ¿Por qué no había de ser feliz mi primo unos días como lo hemos sido todos? Pero además hubiera sido imposible. Limiteme, pues, a tomar sobre el cuidado de introducirlo en el mundo, dejando a los demás el desengañarle de él.

Llegó el alcalde con su gente á la casa que le habían indicado, y encontrándola cerrada, llamó á la puerta repetidas veces, saliendo á los golpes una mujer por cierta ventanilla alta, la que dijo que allí vivía, efectivamente, la persona que se buscaba, pero que había salido hacía algunas horas, ignorando cuál sería la de su regreso.

No tenía que decir yo más que una palabra, romper aquel horrible cerrojo del silencio que me estrangulaba cada vez que pensaba en ella. Buscaba sólo una fórmula, una frase inicial: estaba muy sereno, a lo menos tal me parecía estar; hasta me parecía que mi semblante no reflejaba demasiado la extraordinaria controversia que dentro de se mantenía.

Estuviera donde estuviera, siempre encontraba alguna puerta, a la que empezaba a llamar, aunque bastase empujarla ligeramente para que se abriese. Si se abría, buscaba otra y empezaba a llamar de nuevo; no podía sufrir las puertas cerradas. Llamaba de día y de noche, sin poder apenas tenerse en pie, de cansancio.

¡Ah! perdone usted la dije, me he equivocado... buscaba... dispénseme usted... a los pies de usted. ¡Buscaba usted a Amparo! me dijo. ... en efecto, una joven... Que encontró usted hace seis años a media noche en la calle... Y los ojos de la joven se llenaron de lágrimas... ¡Amparo! exclamé, reconociéndola al fin.

Hay que ver los hechos... Yo la busqué para socorrerla; ella no quiso parecer. Cada cual tiene su destino. El de ella era ese: no parecer cuando yo la buscaba».

Cuando la condesa y Pedro entraron, la mitad de la danza decía cantando: ¡Ay, un galán d'esta villa! ¡Ay, un galán d'esta casa! La otra mitad contestaba: ¡Ay, diga lo qu'él quería! ¡Ay, diga lo qu'él buscaba! La melodía era suave y monótona.

Y despidiéndose atropelladamente por temor de alguna más grave demasía, fuese a componer la corbata en el espejo del antepalco, dejando vacío su asiento, que era lo que buscaba Diógenes.

Todo esto le obligó a dejar el templo solitario. Volvió a las horas del culto. Conocía que en la nueva piedad que buscaba debían tomar parte importante los sentidos.