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Al mismo tiempo empezó á brillar en sus ojos la firme decisión de no decir palabra de su gravísimo asunto al hombre de sotana que tenía cerca y de marcharse al instante de aquel sitio. Se había equivocado. Allí no encontró el salvador que buscaba. Todavía, no obstante, permaneció clavado en la silla como si el cuerpo se negase á obedecer las órdenes apremiantes del espíritu.

Ahora es lo mismo. Hace tiempo que buscaba esta ocasión... te atisbaba con vigilante mirada... quería robarte, como te robé en casa de los Requejos, y al fin lo he conseguido... Que venga acá doña María a arrancarte de mi poder. Lo demás te lo dirá tu prima. Ya llegamos.

El rey, que era sumamente devoto, estaba encantado con su confesor, que pasaba con él largas horas hablando de cosas místicas, y con un misticismo tal, que aventajaba al del rey. Porque el alma del padre Aliaga estaba huérfana, sola y desterrada, y buscaba consuelos en la dulzura de la religión de Jesús.

Sin esta incomparable amiga, que buscaba mis tristezas y mis necesidades cuando yo las sufría por mis hijos, en el fondo de mi corazón; que se olvidaba de propia para venir en mi socorro y que hacía frecuentemente más de lo que podía, no muchas veces lo que hubiera sido de . ¡Ah! ¡que nuestro afecto dure y se eternice allá en el cielo como yo deseo!

Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbasen el comer; porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo.

Yo pensaba entonces que el escuro perfume de los jardines era vuestro aliento, ¡y mis pupilas, fijas en la altura, querían adivinar lo que sabían y aun saben de nosotros las estrellas!... ¡Yo os adoro, Beatriz!... La niña suspiró otra vez, y Ramiro sintió que su manita buscaba la suya. Sus dedos se entrelazaron, se ciñeron apasionadamente. ¡Cuán dichoso me siento! balbuceó entonces Ramiro.

¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos! Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada. ¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho! Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido.

Cinco minutos.... ¿y cómo había de llegar cinco minutos antes, hombre de Dios? ¿No ve usted que soy cojo?... ¿no lo ve usted? No se incomode usted, caballero. ¡Malaventurados los cojos dijo el héroe para con tristeza , porque ellos llegaron siempre tarde! El señor a quien D. Benigno buscaba con tanto empeño no estaba lejos de su casa.

No se mueva usted, no se mueva usted gritaba don Víctor, haciendo aspavientos debajo de la barquilla, y probablemente viendo lo que a Obdulia, en aquel trance a lo menos, no le importaba mucho ocultar. No te muevas, no te muevas, mira que si te caes te matas... decía Paco, que buscaba algo para desenganchar el columpio.

Después buscaba con su vista otra cabeza igualmente gloriosa, aunque menos blanca, con las barbas rubias y entrecanas, la nariz rubicunda y unas mejillas herpéticas que en ciertos momentos echaban á volar las películas de su caspa.