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Pues dispongo de una hora. ¿Y mañana? ¿Nos veremos mañana? No me engañes, pero no me engañes dijo ella suplicante . Estoy acostumbrada a tus papas... No, ahora no... ¿Me quieres? ¡Qué pregunta!... Bien lo sabes , y por eso abusas. Yo soy muy tonta contigo; pero no lo puedo remediar. Aunque me pegaras, te querría siempre. ¡Qué burrada! Pero Dios me ha hecho así, ¿qué culpa tengo?

Por este lado, me alegro del antojo. Pero adquiero un compromiso que me ata; y no siempre está uno de igual humor... y luego, con este condenado genio mío que no se puede amoldar a ciertos perfiles... Y no es porque no se me ocurran las cosas, ¡quiá!... a se me ocurre todo, y hoy se ha visto: yo la he dado el brazo, y la mano; pero no está en eso la gracia, ¡qué carape! sino en hacerlo como es debido, y no como yo lo hago... con esta maldita desconfianza... Lo mismo que lo del clavel, que fue una burrada por más que se diga: pues si yo tengo un poco de serenidad y el desparpajo que otros tienen, no le tiro, ¡qué había de tirar?... En el balandro, menos mal, porque en cuanto cojo la caña, ya estoy borracho y no conozco a nadie; pero para llegar a ese punto hay que pasar por otros... Vamos, que, por este lado, no me hace maldita la gracia el antojo ese: palabra de honor... Y no pinta mal, ¡vaya!... bastante mejor de lo que ella cree... Digo, se me figura a ... Porque tiene un aplomo para afirmar y una fuerza de convicción, que se imponen... Luego, no habla al aire y por hablar; y en pintura entiende. ¡Carape si entiende!

Doña Lupe reflexionó mucho todo aquel día, y como tenía un gran sentido de la realidad, empezó a reconocer el poder que ejercen sobre nuestras acciones los hechos consumados, y el escaso valor de las ideas contra ellos. Lo de Maxi sería un disparate, ella seguía creyendo que era una burrada atroz; mas era un hecho, y no había otro remedio que admitirlo como tal.

Medita, hijo, medita, en quietud y a la sombra, la burrada que ibas a cometer, dejando el servicio de Dios y su pingüe soldada, por el servicio de una criatura mortal, hija de un zapatero remendón, que ni ni ella tenéis para llevaros un mendrugo a la boca. Don Pedrito, deshecho en amargura, se atrevió a murmurar: Pero en el Seminario no querrán admitirme.

En pocas palabras la puso doña Lupe al tanto de la gran burrada que había hecho Papitos. «Nada, hija, que si es de noche y se vierte el mineral con la luz encendida, aquí perecemos todos achicharrados... Es muy perra esta chica, y me va a consumir la vida».

¡Esa es una burrada de las gordas! exclamó Amparo, fuerte ya en la controversia del punto concreto . Oye y atiende, mujer, te lo voy a poner claro como el sol. Ahora el Gobierno nos tiene allí sujetas, ¿no es eso? Ganamos lo que a él se le antoja; si vienen, un suponer, buenas consignas, porque vienen, y si no, fastidiarse.

Asistió hasta el Tarumbo, que rara vez iba por allí, harto más intranquilo y desazonado con la enfermedad de don Celso y la burrada de Pepazos, que por habérsele ensanchado en más de otro tanto, con el peso y la destilación de la nieve, el boquerón que ya tenía su casa en el jastial del Poniente.