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Ambos gritaban, gesticulaban, levantaban los brazos, abría las manos, pateaban, hablaban de niveles, de corrales de pesca, del río de S. Mateo, de cascos, de indios, etc., etc. con gran contento de los otros que les escuchaban y manifiesto disgusto de un franciscano de edad, extraordinariamente flaco y macilento, y de un guapo dominico que dejaba... dejaba vagar por sus labios una sonrisa burlona.

Dios sabe lo que entonces sucedería. Porque era un traidor aquel hombre, ¡un diablo del infierno! Pero una tarde, como viniese emparejada con su novio de la Pola, á donde había ido á comprar algunos enseres de cocina, se cruzaron con algunos mineros que, lejos de saludarles al uso tradicional de la tierra, los miraron con burlona curiosidad.

Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de buen humor, había hecho arrodillarse al Capellanet. Luego, con burlona gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero invencible del cuartón de San José, de toda la isla y de los freos y peñones adyacentes.

Los balcones se abrían y cerraban, cuajados de cabezas de curiosos. Se miraba el espectáculo generalmente con curiosidad burlona, con algo de desprecio. «Pero por lo mismo se declaraba mayor el delito del Magistral.

Una tarde, al guardar sus joyas, Kassim notó la falta de un prendedor cinco mil pesos en dos solitarios. Buscó en sus cajones de nuevo. ¿No has visto el prendedor, María? Lo dejé aquí. , lo he visto. ¿Dónde está? se volvió extrañado. ¡Aquí! Su mujer, los ojos encendidos y la boca burlona, se erguía con el prendedor puesto. Te queda muy bien dijo Kassim al rato. Guardémoslo. María se rió.

Rafael, después de la partida de su amante, apenas salió a la calle. Le molestaba la curiosidad de la gente, la conmiseración burlona de los amigos que envidiaban su pasada felicidad y permaneció dos días en su casa, seguido por la mirada interrogante de su madre.

Maximiliano, como no tenía delante a su tía, se permitió una sonrisa burlona. Miraba en aquel momento a su tío el Sr. de Jáuregui, que le miraba también a él, como es consiguiente. No pudo menos de observar que el digno esposo de su tía era horrendo; ni comprendía cómo doña Lupe no se moría de miedo cuando se quedaba sola, de noche, en compañía de semejante espantajo.

Todos la miraron con insistencia y creyó notar en sus ojos cierta curiosidad burlona. Vio que a hurtadillas el vizconde de las Llanas apretaba la mano del pintor como si le diese la enhorabuena. Bruscamente se despidió. ¡Tan pronto! exclamó la condesa. En vano la suplicaron que se quedara otro ratito. Resueltamente se iba. Se sentía sofocada, con un deseo irresistible de salir de aquella casa.

Nadie pensaría que se estaba mofando de él, a no ser porque de vez en cuando, aprovechando los instantes en que el tocado marqués miraba a la punta de sus botas buscando alguna frase bastante expresiva para ponderar su amor, hacía guiños maliciosos a los amigos que los contemplaban con curiosidad burlona. Abrióse la mampara del salón. Apareció Alvaro Luna.

La canción de Bautista era de una salvaje melancolía; Martín lanzó un grito, el irrintzi, como una larga carcajada, o un relincho salvaje terminado en una risa burlona. Capistun, como protestando, cantó: Del castelet a l'aube sort Isabeu, es blanquette sa raube como la neu.