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He bailado más que un trompo. ¿De modo que no sostienes la apuesta? ¡Anda! Ya lo creo que la sostengo. Entonces, dentro de media hora me tienes arrimado á tu ventana. Dentro de media hora te espero en ella. Y con las manos enlazadas se clavaron una larga mirada, entre burlona y amorosa, tratando de registrarse el alma.

Esto no era obstáculo para que cada uno de lo desairados hiciese acerca del caprichoso y raro proceder de Antoñita, comentarios nada favorables para el último agraciado. ¿Era posible que Antoñita prefiriese a un hombre como aquél, indigno de ella, tan altiva, tan aristocrática y tan... burlona?

Vamos a ver, querida Juana, tenemos apenas un cuarto de hora, y no hay tiempo para una querella y una reconciliación. ¿Quieres que empecemos por el fin? En el fondo, ya sabes que te amo. La pobre miss era incapaz de resistir a la inflexión tierna y acariciadora de aquella voz burlona de ordinario, y suspiró, mas que dijo, levantando hasta él los ojos llorosos: ¡Ay! no pido más que creerte.

Todavía no respondió haciéndose cargo ya de la intención burlona de la pregunta. Pero se declarará. Tampoco. Estoy ya enamorado de otra mujer. Al mismo tiempo dirigió una miradita lánguida a Esperanza. Esta se puso repentinamente seria. ¿De veras? Cuente usted ... cuente usted. Es un secreto Bien, pero nosotras lo guardaremos.... ¿Verdad Esperanza que no dirás nada?

La pobreza desesperanzada imprime carácter, y en su seno se crían la soberbia hipócrita, la modestia burlona, la astucia dolosa, que tienen flexibilidades de víbora; la ruindad intrigante, la maledicencia ponzoñosa, y la envidia exangüe que todo lo codicia y que todo lo afea.

Era un ejemplo de lo que puede el convencimiento de la propia fuerza aun entre gente bestial. Tommy se reía de nosotros; hasta la campana la tocaba de una manera burlona, haciendo un tin-tan endemoniado. Como Tommy no hacía nada, todos los trabajos del barco iban a dos pobres muchachos, el uno portugués y el otro bretón, a quienes aquellos bárbaros de marineros trataban a golpes.

No conoce a nadie y nada debes temer. Gregoria, sumisa, se cubrió con su mantón. Cuando los dos hermanos salieron, volvióse Esteven a la joven, que cosía indiferente, y con una sonrisa burlona, exclamó: ¡Bien lo dije yo, que tenía que ceder o reventar!

Y luego, volviéndose hacia la miserable turba, con voz entre grave y burlona, le dijo: Adiós España; adiós soldados de Flandes, conquistadores de Europa y América, cenizas animadas de una gente que tenía el fuego por alma y se ha quemado en su propio calor; adiós, poetas, héroes y autores del Romancero; adiós, pícaros redomados que ilustrasteis, Almadrabas de Tarifa, Triana de Sevilla, Potro de Córdoba, Vistillas de Madrid, Azoguejo de Segovia, Mantería de Valladolid, Perchel de Málaga, Zocodover de Toledo, Coso de Zaragoza, Zacatín de Granada y los demás que no recuerdo del mapa de la picaresca.

Pero la hermosa señora se limitó a acoger su declaración con un ¡ah! de fría extrañeza, que no revelaba siquiera si su nombre le era conocido. Pero al mismo tiempo, le envolvió en una rápida mirada investigadora y burlona que parecía decir: Este muchacho tiene buena presencia, pero debe ser tonto.

Al mismo tiempo me clavaba una mirada risueña, donde quise leer cierta burla despreciativa. ¿Usté también habrá venido a sus negocios? , señor, aquí me ha traído un asunto que, por fortuna, ya tengo casi arreglado respondí con tonillo impertinente, contestando a su mirada burlona con otra de desafío. El amor propio herido hizo despertar la cólera en mi pecho.