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Los trozos de desnudo son en cuanto a la pureza de modelado como fragmentos de estatuas clásicas; en las ropas cada pliegue acusa el bulto que esconde. La mancha total del color es caliente, dominando los tonos pardo-amarillentos de tezes curtidas por la intemperie y de los paños burdos.

Con un caserío casi miserable, un terreno llano, pobre y pantanoso, y dominado al sur por los cerros de Toledo, Tembleque no ha comenzado á resucitar sino á virtud del ferrocarril de Alicante. Su poblacion alcanza apénas á unos 4,000 habitantes, de vivir estacionario en su mayor número, no obstante la produccion de cereales, vinos, algun ganado lanar y varias fábricas de paños burdos y salitre.

Salió de esta conformidad por las calles, vestido de terciopelo negro con ricos sobrepuestos de oro; amenazaba á todos serian víctimas de los rebeldes, sino le imitaban, porque se persuadirian eran europeos, á que se convinieron por librarse de la muerte, y en un momento logró la transformacion que deseaba, adoptando los hombres prontamente la camiseta ó unco de los indios, y las Señoras dejando sus cortos faldellines aseados, vistieron los burdos y largos acsos de las indias.

Y obediente por necesidad, entregado por completo a sus burdos amigotes, tuvo que descender por la parte opuesta, ayudándole el Chispas, que le había precedido y le sostenía por las piernas. El señor Manolo, más ágil, saltó la tapia sin grandes esfuerzos, y un instante después se unió a ellos el Mosco. Ya estaban en la ratonera.

El rústico descargador de yerba había sustituido los burdos ropajes del oficio con una levita cerrada y todos los accesorios correspondientes a esa prenda de sempiterna distinción, incluso el aliño, muy esmerado, de la barba y del cabello.

El doctor, ante estos placeres rudos y violentos del pueblo primitivo, recordaba las fiestas griegas, embellecidas al través de los siglos por el encanto del arte. Aquellos juegos al aire libre, sencillos y burdos, de una inmediata utilidad, recordaban involuntariamente los Juegos Olímpicos. ; se parecen pensaba Aresti.

Yo creo que no se despoja ni para dormir del uniforme de su riqueza: a las siete de la mañana ya está en la cubierta con un collar de perlas, tamañas como huevos de gorrión, y tan escandalosamente llamativas que cualquiera, a no conocer su fortuna, las creería falsas... Y para completar la cuadrilla de los ricos, vienen tres compatriotas nuestros, dos de Buenos Aires y uno de Montevideo, antiguos tenderos que llevan cuarenta años en América... Excelentes personas; honradotes, campechanos y un poco burdos.

No eran ciertamente modelo de elegancia ni de comodidad, como Isidora tuvo ocasión de advertir al tomar posesión de una mesa coja y trémula, de una silla ruinosa, y al ver los burdos manteles y el burdísimo empaque de la mujer sucia y ahumada que salió a servirles.

Pero Ana se iba al cielo: Ana, que jamás hubiera puesto a aquel turbulento mancebo de señor de su alma apacible, como un palacio de nácar; pero que, por esa fatal perversión que atrae a los espíritus desemejantes, no había visto sin un doloroso interés y una turbación primaveral, aquella rica hermosura de hombre, airosa y firme, puesta por la naturaleza como vestidura a un alma escasa, tal como suelen algunos cantantes transportar a inefables deliquios y etéreas esferas a sus oyentes, con la expresión en notas querellosas y cristalinas, blancas como las palomas o agudas como puñales, de pasiones que sus espíritus burdos son incapaces de entender ni de sentir. ¿Quién no ha visto romper en actos y palabras brutales contra su delicada mujer a un tenor que acababa de cantar, con sobrehumano poder, el «Spirto Gentil» de la Favorita?

Y la veo partir con su taima ridícula y vieja, que cubre los estragos del tiempo en su raída vestimenta; amoratadas las manos, que fueron finas y aristocráticas; metidos los pies en unos burdos zapatones; abatida al peso de su juventud fracasada, de toda su vida, obscura, truncada, deshecha.