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En un instante el Montoya, deslizándose sobre las aguas a favor de la corriente, con una velocidad de 15 ó 16 millas por hora, llegó a nuestro lado, y manteniéndose sobre la máquina, entabló correspondencia. Transbordo imposible. Cargado hasta el tope de bultos de quina. Victoria viene atrás.

Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando se vieron sobre las cofas los bultos casi imperceptibles de los marineros. ¡Acabáramos! exclamó don Melchor. ¡, que Domingo se chupa el dedo! dijo por lo bajo el marinero a quien el señor de las Cuevas había amenazado.

Aunque no llovía en aquel momento, la noche estaba muy húmeda y el piso, según acusaban las polainas de los soldados, verdaderamente asqueroso. En la villa se hallaban ya casi todos al corriente de lo que pasaba, y muchos bultos negros, silenciosos, ocupaban los balcones, sacándose los ojos para ver cómo desfilaban los presos.

Ana al divisar allá lejos, en el extremo de la cinta larga y estrecha de carretera las siluetas de los dos poderosos caballos blancos de Mesía y Vegallana, sentía un placer que se le antojaba infantil... y se ponía nerviosa de ansiedad, que crecía según se acercaban los bultos y se aclaraban las figuras de caballos y jinetes.

Vió un montículo de tierra en el mismo lugar del fusilamiento. Dos pies y una mano asomaban á ras del suelo. Al aproximarse se desprendieron unos bultos negros de esta fosa poco profunda que dejaba al descubierto los cadáveres. Un tropel de alas duras batió el espacio, alejándose con graznidos de cólera. Volvió sobre sus pasos.

Delante de él, que volvía solo por la calle sombría adelante, solo entre la muchedumbre de sus amigos y amigas, distinguió dos bultos que caminaban muy juntos, cogidos del brazo, según era permitido en aquella época a las señoritas y a los galanes; eran Marta Körner y Nepomuceno, que se habían adelantado, huyendo la vigilancia del alemán, que no gustaba de tales confianzas.

Acercándome a la reja, pude fácilmente distinguir tras ella bultos blancos y negros, entre los cuales algunos desfilaron pausadamente y sin ruido hacia una puerta que se abría en el ángulo del fondo, y otros permanecían inmóviles y de rodillas. Eran las monjas.

Otra vez habíamos llegado a la Barbada con un cargamento de bultos de madera de ébano. Estábamos haciendo nuestras señales, cuando en un bote se acercaron a El Dragón dos individuos de la policía de aquella isla. El capitán los recibió amablemente, y al mismo tiempo ordenó al negro Demóstenes y a Chim, el malayo, que los matasen.

Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales. Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.

La siesta estaba por terminarse. Algunos bultos daban signos indudables de despertar. Dos alguaciles caminaban al sol.