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Nos parecen bien como son. Casi no comprendemos la causa de la censura que de ellos se hace. En primer lugar, los bufos son los bufos, y no son el sermón o el jubileo. La madre que anhele conservar el tesoro de candor que hay en el alma de su hija, y hasta acrecentarle, llévela a cualquiera de las muchas iglesias que contiene Madrid, y no la lleve a oír las zarzuelas.

Después de haber dado a los Bufos Parisienses, con el seudónimo de Julio Servières, las operetas en un acto: Adelante, señores y señoras, prólogo de apertura, en colaboración con Méry; Lleno de agua; Madama Papillón; hizo representar otras obras con su nombre. Colaboró con León Battu, Héctor Cremieux y sobre todo con Enrique Meilhac.

Es cierto que, desde hace poco, nos ha entrado un furor de moralidad, un púdico rubor, que todo lo condena y de todo se solevanta. Críticos y moralistas han levantado una cruzada contra los bufos. Pero los bufos seguirán triunfantes, a pesar de todas las disertaciones morales que contra ellos se fulminen. Les sucederá lo mismo que a los toros.

Nosotros mismos no nos atrevemos a pedir que se supriman, porque hay en ellos algo de poético y de nacional, que nos agrada. Nos contentaríamos con ciertas reformas, si fueran posibles. Casi nos contentaríamos con que no muriesen caballos de tan desastrada y fea muerte. En cuanto a los bufos, que, según hemos dicho, tienen hoy más enemigos que los toros, ni reforma ni nada pedimos.

El principal motivo de la censura contra los bufos procede de una curiosa manía que, desde hace pocos años, se ha apoderado de las inteligencias más sentenciosas.

En cuanto a que los bufos corrompen o tiran a corromper el buen gusto literario, aún es más infundada la acusación. Pues qué, ¿la música, mala o buena, es incompatible con la discreción, con el sentido común, con el ingenio, con la gracia urbana y con otros requisitos y excelencias de que va o pudiera ir adornada una fábula dramática?

Véase cómo aquellos tres elegantes de la víspera, que tenían que asistir a oír el Otelo en los Bufos, disfrutaban aquel día de dos conciertos en vez de uno.

Los bufos vinieron de París; en los bufos suele bailarse el cancán; los bufos gustan en Francia; Francia ha sido vencida por Alemania en la última guerra; luego los bufos, enervando y corrompiendo a la nación, han tenido la culpa de la derrota. Esto se ha dicho ya en todos los tonos, y sobre esto se han escrito profundas disertaciones.

Vayan sólo a los bufos, si tan malos son, los hombres curados de espanto, y aquellas mujeres, que no faltan, curtidas ya en todo género de malicias, o bien las que son tan inocentes, que, si alguna malicia llegan a oír, no aciertan a entenderla.

Aquí, en verano, digan lo que quieran los que no piensan como nosotros, no hace más calor que en Biarritz o en San Sebastián; aquí, en verano, hay no pocas diversiones, más o menos inocentes, y no se emplea mal la vida. Arderíus y sus bufos son baratos y entretenidos. ¿En qué aguas se encontrará un teatro como el de Arderíus?