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Cortijos en Andalucía, dehesas en Extremadura, casas en Madrid, papel del Estado, acciones del Banco de España..., de todo había mucho y bueno, libre y desempeñado. Un día se hizo el recuento, y resultó que las rentas de este caudal pasaban de cuarenta mil duros. Con ellos, y lo que quedaba de los bienes del marqués y de la dote de la marquesa, se podía calcular la renta en un millón de reales.
¿Qué dirías tú si el maestro viniese ahora a buscarte y dijese que estaba triste sin su pequeña alumna, y que estaba deseoso de que volviera con él para enseñarle a ser más bueno? Melisa bajó silenciosamente la cabeza por algunos instantes. El maestro esperaba con impaciencia.
Magdalena al romper el sobre cambió de color. El señor De Nièvres está bueno. No volverá hasta el mes próximo dijo. Luego se quejó de mucho cansancio y se retiró. No fue aquella noche como las precedentes. La pasé levantado y sin sueño. La carta del señor De Nièvres, aunque insignificante, intervenía entre nosotros como una reivindicación de mil cosas olvidadas.
Mira tú por dónde lo que algunos podrían tener por malo, es bueno en medida razonable». Mauricia estaba tan agradecida, que no acertaba a expresar su gratitud.
En el alma de Perucho se verificaba una de esas encarnizadas luchas entre el deber y la pasión, cantadas por la musa dramática: el ángel malo y el bueno le tiraban cada uno de una oreja, y no sabía a cuál atender. ¡Tremendo conflicto!
Bueno, escuchad lo que voy a deciros: sois un canalla, un necio, un ladrón, un bandido, un asesino, un monstruo. ¡Lo que habéis hecho es indigno, innoble, abominable, repugnante, escandaloso, indecente, inaudito! ESCIPIÓN. ¡Señora! CLEOPATRA. Sí; me sois antipático hasta más no poder, me inspiráis un disgusto profundo, una repulsión sin límites. Oléis atrozmente a soldado.
2 E hizo Asa lo bueno y lo recto en los ojos del SE
La persona de Dios representábasele terrible y ceñuda, más propia para infundir respeto que cariño. Todo lo bueno venía de la Virgen María, y a la Virgen debía pedirse todo lo que han menester las criaturas. Dios reñía y ella sonreía. Dios castigaba y ella perdonaba. No es esta última idea tan rara para que llame la atención.
Señora, ése es mi deber, y puede usted estar segura de que jamás faltaré a él. ¡Bueno, hija mía! permíteme un beso. Beatriz se levantó y le presentó la frente.
La infeliz se abanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía esfuerzos para aparecer serena y ahuyentar de sus mejillas el borbotón de sangre. «Bueno... pues ahora, Refugio, vamos a hablar de otra cosa. Yo he venido a pedirte un favor». ¿Un favor? dijo la otra con vivísima curiosidad.
Palabra del Dia