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Pero si al recorrer los campos se cree que Inglaterra es principalmente agrícola, despues se la juzga fabricante al visitar las inmensas, poderosas é innumerables fábricas de sus catorce ciudades manufactureras, así como al conocer á Lóndres, Liverpool, Bristol, Southampton y otros muchos puertos de mar y de rio se inclina el viajero á reconocer que el carácter comercial es el predominante.

Es Sabas, de Bristol. ¡Oye , Sabas! gritó Vifredo, no dobles el espinazo, hijo, ni saques la lengua, que maldito lo que eso te ayudará para poner la flecha en el blanco. Levanta esa cara tan fea que Dios te ha dado, tente tieso, y extiende bien el brazo izquierdo, sin moverlo; ahora tira despacio de la cuerda con la derecha.

Después de separarse del médico, el capitán del buque con destino á Brístol empezó á pasearse lentamente por la plaza del mercado, hasta que, acercándose por casualidad al sitio en que estaba Ester, pareció reconocerla y no vaciló en dirigirle la palabra.

Roger y su compañero Froilán de Roda habían ido á Bristol para apresurar la terminación y entrega de la última remesa de arcos de repuesto que el barón tenía encomendados á los armeros de aquella ciudad. Acercábase el día de la partida. Los dos escuderos, terminada su comisión, cabalgaban por el camino de Salisbury y Roger notó con sorpresa el insólito mutismo de su compañero.

Hablando de la sala donde este retrato estaba antes colocado en nuestro Museo, dice Lefort. «Allí hay retratos de los más grandes maestros, ¡y qué retratos! El Conde de Bristol, de Van-Dick, el Thomas Morus, de Rubens; otros de Antonio Moro, de Holbein, de Durero, y precisamente a su lado uno admirable de hombre por el Tintoretto.

Este buque había llegado recientemente del Mar de las Antillas, y debía hacerse á la vela dentro de tres días con rumbo á Brístol en Inglaterra. Ester, cuya vocación para hermana de la Caridad la había puesto en contacto con el capitán y los tripulantes de la nave, se ocuparía en conseguir el pasaje de dos individuos y una niña, con todo el secreto que las circunstancias hacían más que necesario.

No hay inglesote de aquellos que atracan por unos días a la punta del Peón que al hablar allá en Cardiff o Bristol a sus amigos de este spanish town, no comience por levantar mucho las cejas, abrir la boca en forma de círculo perfecto extendiendo hacia afuera los labios, y echándose hacia atrás en la silla no exclame: ¡Oh, oh, oh! Sarrió the yeung girls very, very, very beautiful!

¿Y estos palitroques? pregunto, señalando unas varas que veo sobre un baúl. Para el golf. En Mar del Plata hay que ir todos los días al golf. Me han hecho cuatro trajes para este deporte. ¿Irás también al Club? No; sólo pienso ir al «Ocean»... Y, claro, al Brístol. Ya mi administrador ha escrito a don Pedro Mugaburu para que me reserve un departamento en el anexo, frente al mar.

Abrí el sobre y en un cuadrado de bristol en una de cuyas esquinas se veía la cifra J.H., rodeada por el lema Never more, leí estas líneas: "Siento infinito privarme de su visita que me hubiera causado gran placer, pero los artistas no son siempre dueños de su voluntad. Parto para Chicago y Nueva York, donde permaneceré algunas semanas.

La aparición de los muchachos en el Brístol sería todo un éxito. ¡Un noviazgo tan sonado...! Entrarían como los Reyes Católicos. En los salones del Brístol los noviazgos adquieren una solemnidad, una importancia que no tienen en ninguna otra parte. ¡Figúrate los comentarios, después de lo que ha pasado! En fin... ¡un exitazo para Raúl y para Inés! Vamos a Mar del Plata. No lo que haré.