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Agradecí á mis buenos parientes, con toda mi alma, la sinceridad con que me brindaban su casa y su cariñosa asistencia por algunos días más; sentí de veras que perentorias ocupaciones me impidieran complacerlos, pues cariño hacia ellos me sobraba; disculpéme lo mejor que supe, monté á caballo; y llenos los bolsillos, la maleta y las pistoleras de fruta y de rosquillas que me hicieron tomar á última hora, partí hacia la ciudad, prometiéndome á mismo solemnemente, y lo he cumplido, que si alguna vez volviera al campo había de ser en días hábiles y normales, y en manera alguna en los que, como el de San Juan citado, se llaman, con sobrada razón, en mi tierra, de arroz y gallo muerto.

Colocábase la cabeza del difunto, adornada con una peluca de algodon de varios colores, en el gran cuarto destinado para beber en comunidad la chicha que se preparaba para el caso, y de la que venian todos á participar en el punto de reunion; donde los sacerdotes del tigre brindaban á los dioses, sirviéndose de vasos especiales, y anunciando que por la noche conversarian con los manes de la fiera.

Eran estos indígenas muy aficionados á la música, la danza, y mas que todo á los festines, donde reinaba el desórden, fomentado por el abuso de las bebidas fermentadas. En tales reuniones la inmoralidad llegaba á tanto, que se brindaban recíprocamente sus mugeres, obligándolas á prestarse ya al uno ya al otro de los concurrentes.

Detalladas las señas de Almudena por Benina, afirmó la mujer que, en efecto, había dormido allí; pero con los demás pobres se había largado tempranito, pues no brindaban aquellos dormitorios a la pereza. Si la señora quería algún recado para el ciego moro, ella se lo daría, siempre y cuando viniese la segunda noche a dormir.

Acaeció que una mañana de los últimos días del mes de Agosto salió la condesa con sus hijos á solazarse á la pomarada, donde las espesas copas de los árboles brindaban sombra fresca y deleitable. Reclinada debajo de uno, sobre un almohadón que le trajo Pedro, miraba con semblante risueño corretear á los niños y divertirse con el Canelo.

Todos mis conciudadanos me brindaban presentes como un ídolo sobre el altar: unos, odas votivas, otros, mi monograma bordado en pelo; algunos, chinelas o boquillas, y todos, su conciencia.

Adornaban la elevada campana de la chimenea ristras de chorizos y morcillas, con algún jamón de añadidura, y a un lado y a otro sendos bancos brindaban asiento cómodo para calentarse oyendo hervir el negro pote, que, pendiente de los llares, ofrecía a los ósculos de la llama su insensible vientre de hierro.

Le recibieron como a un héroe, y todos parecían muy contentos, excepto Nastenka, que se iba a su cuarto de vez en cuando a llorar a sus anchas, y que, para ocultar las huellas del llanto, se ponía tantos polvos que se desprendían de su faz en tanta abundancia como la harina de una piedra de molino. Durante la cena todos felicitaban al novio y brindaban en honor suyo.

Y ya le oían impasibles, le brindaban protecciones quiméricas o se le reían en sus barbas. ¡Ya ve usted, se burlaban de aquello que me había costado mi fortuna, mi cerebro y mi juventud! Y cierra los ojillos grises y casi ciegos, tal vez para restañar una lágrima. Luego, una arrogante mujer enlutada, con aires de gran dama, que saluda con cierta gracia señorial.

En el café de la Comedia estaban algunos de estos héroes de la época, y brindaban a la muerte del general Lavalle; Navarro, que los ha oído, se acerca, tómale el vaso a uno, sirve para ambos, y dice: «¡Tome usted a la salud de LavalleDesenvainan las espadas y lo dejan tendido. Era preciso salvarse, ganar la campaña, y por entre las partidas enemigas, llegar a Córdoba.