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Tan presto recibe el rio brillantes cascaditas, que brincan de lo alto de las rocas laterales en uno ó mas escalones, ó descienden en hilos perpendiculares por los muros tajados, como se bifurca en canales artificiales cuyas aguas dan impulso á numerosos molinos atrevidamente construidos sobre los abismos que dominan el cauce.

Parecían un rebaño de retozonas reses que apretadas en un camino, brincan y se encaraman en los lomos de quien encuentran delante. A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo de sus ojos, sin que le irritara, el buen canónigo amaba el barrio de la catedral, aquel hijo predilecto de la Basílica, sobre todos.

Y al pié brincan, agitadas por el oleaje que produce el paso del vapor, multitud de pequeñas canoas destinadas á llevar á Mompos los cargamentos de frutas y mantener la comunicacion entre las dos márgenes del rio.

Todo aquel peloton de animales de tres especies unos de dos piés, otros de cuatro que brincan y los demas cadáveres sale por una gran puerta, y apenas acaban de cerrarla cuando se abre la del toril para recomenzar la matanza....

Pero como el abofeteado tenía amigos en la escuela, al ver la bandera encarnada, echáronse sobre los agresores y se armó la gorda. Eso explica, lector, ese cuadro, verdadero campo de Agramante, que has visto al asomar al gran salón; por eso gimen unos, brincan otros, vocean todos, y se cruzan por el aire libros, plumas, almadreñas y tinteros.

Los rigodones y el vals y la polca se van aclimatando; pero el fandango no se desterró todavía. Hasta las señoritas salen a hacer una mudanza, si las sacan y obligan en cualquiera fiesta campestre, y se mueven y brincan con gallardía y desenfado, y repiquetean con brío las castañuelas.

Madrid, cuando tus toros brincan, Hay manos blancas que aplauden Y mantillas que se agitan. . . . . . . . . . . . . ¡España! ¡España! ¡cuán puro y brillante es tu cielo! Santa María está bañada en oleadas de luz; los mil balcones de sus blancas casas centellean y arden, y los naranjos perfumados de la Alameda parecen cubiertos de hojas de oro.

Los saltadores son los más intelectuales y elegantes de los arácnidos. No son metódicos, no son extáticos. Corren, brincan, se mueven prestamente. No fabrican urdimbres donde permanecer hastiados; no labran agujeros donde esperar aburridos. Son mundanos, son errabundos. Vagan ligeros por las puertas y por las paredes soleadas. Persiguen las moscas; las atrapan saltando.

Entónces aquellos animales se enfurecen, brincan como cabras, corren como demonios y levantan una polvareda que hace perder de vista el horizonte é invade, á los viajeros en sus navetas martirizadoras.