United States or Myanmar ? Vote for the TOP Country of the Week !


La carta dirigida por la Condesa a sor Ana Brighton habría revelado el misterio; pero no era posible encontrar a sor Ana. Ya no estaba en Nueva Orleans, donde había fechado sus últimas cartas halladas en casa de la difunta, y nadie sabía a qué país se había marchado. Ferpierre esperaba, sin embargo, que un día u otro ella misma hiciera llegar a manos de la justicia el deseado documento.

Lo más tónico es ir a algunas aguas en Alemania o Francia; pasar luego una temporadita a la orilla del mar en Biarritz, en Trouville o en Brighton, y acabar el verano, antes de volver a esta villa y corte, en algún magnífico château o cosa por el estilo, que debemos poseer, si es posible, en tierra extraña, y cuando no, aunque esto es menos comm'il faut, en nuestra propia tierra española.

Le pregunté por qué no había ido a pasar una temporada en Brighton o en algún otro punto de la costa Sud, como le había indicado antes, pero me replicó que había preferido quedarse en su casa, y que, hablando francamente, había estado esperando con impaciencia mi llegada.

Quiero conceder que cuando hayamos leído la carta dirigida a sor Ana Brighton, en esa hoja escrita por la Condesa dos horas antes de su muerte, encontraremos que no solamente no hablaba de morir, sino que, por el contrario, expresaba su certidumbre de una felicidad inmediata. Pero hoy por hoy, si la lógica ha de valer algo, tenemos que creer en el suicidio.

Todos los recién nacidos se parecen entre mucho más que a sus autores; pero eres tan romántica... ¿Yo? ¡Pardiez! Eres injusto, amigo mío; yo no podía esperar indefinidamente un regreso siempre diferido cuando el médico juzgaba a nuestro hijo enfermo y mandaba el aire del mar. Hay otras playas que no son Jersey, me parece. ¿Por qué no has ido a Brighton?

Ferpierre había dispuesto ya, por intermedio de la legación inglesa en Berna, que se buscara a la hermana Brighton en Nueva Orleans, donde estaban fechadas sus cartas, para saber por ella lo que su antigua discípula la había escrito el día de su muerte.

Dolly Dawson, con quien Reginaldo había entablado una especie de agradable amistad, más con el propósito de poderla observar e interrogar que por otra cosa, vino a vernos para informarse de mi salud y saber si habíamos conseguido alguna noticia sobre el paradero de Mabel. Su padre nos dijo, habíase ausentado por varios días de Londres, y ella iba a partir para Brighton, a visitar una tía.

En tal caso, la ambigüedad iba a subsistir. Una primera noticia, dada por los diarios ingleses que anunciaban el descubrimiento del paradero de sor Ana Brighton, destruyó las dudas del magistrado. La religiosa, decían esas hojas, estaba atacada de una grave parálisis, había perdido el uso del cuerpo y de la palabra.

Este le escribía: «Transmito a usted inmediatamente el despacho que se acaba de recibir del cónsul helvético en Edimburgo. Ahora podremos, por fin, saber con precisión algo sobre el misterio de Ouchy.» Y con mano que la ansiedad hacía temblar, Ferpierre abrió la otra hoja, que decía: «Sor Ana Brighton vive en Stonehaven, Condado de Kincardine, Escocia.

¿Quién es sor Ana? preguntó el magistrado, que había dejado pacientemente a la verbosa señora formular el interrogatorio. Sor Ana Brighton, su antigua maestra inglesa. ¿Dónde está? No . En el sobre estaba el nombre del lugar, un nombre extranjero. ¿Usted tampoco sabe esa dirección? preguntó el juez, volviéndose hacia el Príncipe Alejo. La ignoro, pero... Su ansiedad parecía ir calmándose.