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Llevaban el rostro cubierto con el velo del sombrero y otro velo más grande cruzaba sus espaldas, sostenido por los brazos á guisa de chal. Ferragut adivinó una diferencia importante en las edades de las dos. La más gruesa se movía con disimulada pesadez. Su paso era vivo, pero apoyaba en el suelo con cierta autoridad sus pies voluminosos, calzados ampliamente y con tacones bajos.

Don Quijote lo hizo, y hubo grandes comedimientos entre los dos sobre el caso; pero, en efecto, venció la porfía de la duquesa, y no quiso decender o bajar del palafrén sino en los brazos del duque, diciendo que no se hallaba digna de dar a tan gran caballero tan inútil carga.

Un día, con el alma llena de esta belleza plástica que nadie mejor que él podía apreciar, le propuso, no sin ruborizarse, que le dejase tomar apuntes de uno de sus brazos. Carlota le miró risueña y sorprendida, y le entregó su hermoso brazo para que lo copiase. Quiso inmediatamente modelar la cabeza, el pecho, la espalda.

Toda la habitación le pareció a Lucía llena de flores; del cristal del espejo creyó ver salir llamas; cerró los ojos, como se cierran siempre en todo instante de dicha suprema, tal como si la felicidad tuviese también su pudor, y para que no cayese en tierra, los mismos brazos de Juan tuvieron delicadamente que servir de apoyo a aquel cuerpo envuelto en tules blancos, de que en aquella hora de nacimiento parecía brotar luz.

298 Yo nunca me he de entregar a los brazos de la muerte; arrastro mi triste suerte paso a paso y como pueda, que donde el débil se queda se suele escapar el juerte. 299 Y ricuerde cada cual lo que cada cual sufrió, que lo que es, amigo, yo, hago ansí la cuenta mía: ya lo pasado pasó; mañana será otro día.

Dar vueltas en un océano de inquietudes y de dolores y cuando se comienza apenas a descansar de tantas emociones violentas, cuando las apreciaciones exageradas comienzan apenas a ser rectificadas, ¡he aquí que viene la muerte, colérica e inesperada, que os estrecha entre sus brazos inflexibles y os aniquila en el silencio de la tumba!... 6 de septiembre. ¡Otro doloroso recuerdo!

Los romeros se agrupaban ante la iglesia, y la masa popular aglomerábase en las aceras, dejando la plaza limpia de gente. De vez en cuando la atravesaban algunos hombres, llevando en sus brazos un herido. Las piedras arrojadas por los grupos chocaban en la fachada de San Nicolás. Desde las dos torrecillas de la iglesia les contestaban á tiros.

Los hombres la besaban las manos y los brazos con respetuosa sensualidad.

Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración. «¡Es un niño Jesús... es una divinidad este muñeco!». Después empezaron a vestirle. Una le ponía las medias, otra le entraba una camisa finísima.

Porque es tal el respeto y el cariño, la adoracion inmensa que en siento, que, aunque el cielo me dió el dolor por vida y lo que es sufrir desde muy niño, volveria contento á empezar esta lucha maldecida, si, al ligarme á la tierra nuevos lazos, me arrullara tu acento al dormirme tranquilo entre tus brazos.