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En la traduccion inglesa del viage de D. Antonio Ulloa á la América meridional, tom. 2. capítulo 2., se podía ver una razon particular de esto. De la parte mas meridional de la América, con sus valles, montañas, rios, &c., gran Rio de la Plata, con sus brazos, pesca y puertos.

La postura patentizaba lo brioso de su talle, los largos y tornátiles brazos, las caderas, los omoplatos que, a cada pulsación de la blanca mano, se dibujaban vigorosamente bajo el ajustado corpiño. ¿No es cierto dijo por lo bajo Pilar a Luisa Natal que si Lucía Miranda se vistiese como ella, se parecerían algo, así en las formas? ¡Bah! murmuró Luisa Natal , la Mirandita no tiene pizca de chic.

A todos recibía con los brazos y el corazón abiertos y para todos tenía no solo las hermosas palabras, sino la ayuda de su experiencia y aun de sus modestos recursos. Su fisonomía moral se caracterizaba por la más absoluta honestidad en todos los actos de su vida y por el mayor desprendimiento de sus propios intereses en favor del ideal a que había consagrado su existencia, la libertad de Cuba.

Llevaba horas y horas remando, sin que sus brazos se fatigasen y sin que el astro diurno descendiese hacia el mar. Popito, al permanecer fuera de su encierro, respirando el aire salino, pareció reanimarse. Sonreía dulcemente, con la cabeza apoyada en una rodilla de Ra-Ra. Sus ojos estaban fijos en los ojos de él, que la contemplaban verticalmente.

Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa. El día 1.º de enero de 1853, hacia las nueve de la mañana, toda la servidumbre del hotel celebraba en el vestíbulo un congreso tumultuoso. El administrador del barón, el señor Anatolio, acababa de distribuirles el aguinaldo.

Al mediodía, mi madre me hacía subir al desván y me alzaba en sus brazos para que mi desgraciado padre pudiera verme, haciéndome extender mis manecitas hacia las rejas de la prisión, y devorándome después a besos.

Levantó la cabeza, y sospechando que sería lo de siempre, preguntó tímidamente: ¿Es V. algún guardia? No soy ningún guardia repuso el transeúnte, pero levántese V. Apenas puedo, caballero. ¿Tiene V. mucho frío? , señor... y además no he comido hoy. Entonces, yo le ayudaré... vamos... ¡arriba! El caballero cogió a Juan por los brazos y le puso en pie; era un hombre vigoroso.

Al oír esto el de la barba rubia se estiró los puños, arqueó los brazos y le atajó diciendo: Perdone usted; el pueblo es soberano. Lo que importa es que conozca sus derechos y que los conquiste... Al llegar aquí, el de la barba negra levantó la cabeza, les miró con desprecio y arguyó en esta forma: Están ustedes en un error; el mal tiene más hondas causas.

Pero, cuando al verme tambalear, acudió para sostenerme en sus brazos, vi que era sólo la mirada del médico la que había fijado en . ¿Cuánto tiempo vivirá todavía? pregunté, cerrando los ojos. ¡Está en agonía!

De pronto se agachó, buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a cada pedrada retrocedía algunos pasos, como para defenderse de una nueva agresión. Los guijarros, despedidos por sus brazos débiles, fueron a perderse en la sombra o rebotaron contra el porche.