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Consintió Bou en admitir a Mariano, de cuyas inclinaciones aviesas se le dio noticia para que le tratase con rigor, y sacara de él, si era posible, un obrero hábil y laborioso.

Púsose a ello, ayudando al oficial de la prensa y máquina, y bien pronto conoció Bou que Mariano había escogido bien. Aprendió a manejar con habilidad el ácido y la grasa, y también sabía marcar con precisión. La máquina gustaba tanto a Pecado, que siempre que podía no se quitaba de alrededor de ella, atento a sus ordenados movimientos.

Aun con ser estos embolsos un estorbo más para llegar a la deseada liquidación social, Bou se guardó su dinero y se puso muy contento, considerando en lo más escondido de su mente, que bien podía aplazarse la tal liquidación, o exceptuar de ella, en el punto y hora en que se hiciera, el dinero de la gente honrada.

Algunos días después, Mariano era el que llevaba noticias del hijo de D. José. «Ayer dijo estuvo D. Melchor hablando más de dos horas con Juan Bou. Ha inventado una rifa para los pobres. Está unido con otros señores, y de consiguiente, tiene autorización del Gobierno, como es debido. ¡Recontrapuño, qué negocito! Juan Bou hace los billetes y le dan parte. Si estoy enterado, hombre.

Juan Bou notó que la contabilidad en la empresa de las Rifas benéficas no marchaba con toda la limpieza que debía esperarse, y ya fuera por obedecer a su conciencia, ya por ceder al egoísmo, que le aconsejaba no comprometerse con la Justicia, echose fuera de la sociedad, renunciando a toda participación en ella.

Conste, sin embargo, que también Mariano era fanfarrón, y que en el trato de seis meses con Bou se le había comunicado la idolatría del ente Pueblo.

Viendo que Isidora no le contestaba, Bou tomó una silla y se sentó junto a la dolorida. En el momento de sentarse ocurriole una idea que le causó grande aflicción.

Buscando por ahí, buscando por acá, no se hallaban otros talleres que los de litografía. Miquis tomó con empeño el asunto, y habló al cuñado de Matías Alonso, un tal Juan Bou, que se había establecido recientemente, y tenía, entre otras cualidades, la de ser muy severo con sus oficiales.

Isidora, estupefacta, no sabía en qué términos responder. Tenía que contestar negativamente, porque la idea de casarse con aquel bárbaro le causaba horror. Pero Bou era un hombre sincero y honrado, que no debía recibir el desaire con crudeza y desvío.

Nosotros, los que no tenemos las manos llenas de callos, no éramos pueblo; vosotros, los propietarios, los abogados, los comerciantes, tampoco erais pueblo... De toda idea exclusiva nace una tiranía, y de aquella tiranía nació el obrero sol: Juan Bou, que decía: «El pueblo soy yo». En Barcelona había logrado fundar un buen establecimiento de litografía.