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Suspiró, bostezó, se avergonzó de su pereza y tomó la campanilla puesta a su cabecera, en la mesa de noche. Su ama de llaves, vieja ruina, tan canosa y destruida como él, apareció en el umbral. ¿Qué hora es, señora Liebetreu? le gritó.

Diosa hubo que bostezó encontrando todo cursi y diciendo que tenía gazuza; otra que riñó con su dios, haciendo un gesto con el brazo para darle una manotada.

El día avanzaba poniendo tintes amarillentos en las aristas de las cosas haciéndolas surgir de entre la brumosidad ambiente y uno de los detalles de aquel cuadro campestre que más llamó la atención de Lorenzo, fue un perrazo bayo que se alzó de pronto sobre sus cuatro patas rígidas, levantó la cola, recta como una espada, arqueó graciosamente su cuerpo y lanzó un gran bostezo para echarse de nuevo lamiéndose los labios como si lo paladeara...

Cuando se imaginaba haber poseído por entero aquella boca, los labios se entreabrían con un bostezo de fiera, dejándole avanzar para revelarle inéditos contactos de estremecedora voluptuosidad. Creía ya agotadas todas las sensaciones ocultas entre aquellas dos valvas carnosas, suaves y húmedas, y nuevos escalofríos de placer bajaban verticalmente por el dorso de su cuerpo.

Pues es preciso que se nos someta usted a la siguiente prueba dijo el cura, tapándose un bostezo, porque eran ya las cuatro y no habría tenido inconveniente en tomar una friolera . Hay en Madrid una institución religiosa de las más útiles, la cual tiene por objeto recoger a las muchachas extraviadas y convertirlas a la verdad por medio de la oración, del trabajo y del recogimiento.

Esto es la Odisea. dijo simulando un pequeño bostezo . Ya había leído eso en Bitaubé. Era un libro con un cuchillo y un casco en la cubierta. Siendo así, le extrañaría a usted mucho si le leyese a Homero en Homero; seguramente no le reconocería. ¡Muchas gracias! no me gustan las historias de batallas. No las hay en la Odisea.

Aquellas frases iban poco a poco resolviéndose en palabras sueltas, después en monosílabos; oíase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plácido silencio, después de extinguida la luz, a cuyo resplandor había enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas. Una noche, después que todo calló, dejose oír ruido de cestas en la cocina.

Sólo deseaba una cosa: dormir. «Como he respirado demasiado tiempo el aire frío...», se dijo, bostezando. El otro, en el espejo, también bostezó. Guardó la navaja, apagó la lámpara y las velas y se dirigió a la alcoba. No tardó en dormirse, hundida en la almohada la faz, aquella pobre faz, que al día siguiente haría reír a todos: a sus colegas, a sus discípulos, a su mujer y a él mismo.

La juehion je lah jamah je jalon, repitió el secretario ahogando un bostezo. ¡Quedan prohibidas! Perdone, mi General, dijo el alto empleado gravemente: V. E. me permitirá que le haga observar que el uso de las armas de salon está permitido en todos los paises del mundo... El General se encogió de hombros. Nosotros no imitamos á ninguna nacion del mundo, observó secamente.

Se fastidiaba en su aislamiento: sólo tenía un momento alegre cuando se encontraba con él. ¡Cuántas veces sentía el impulso de coger el tren é ir á buscarle en las minas! ¡Pero tenía tantas ocupaciones! ¡Sentía tanto miedo á presentarse en aquel feudo de la montaña, donde todos le pedían algo!... Sólo en Bilbao, condenado á la servidumbre de la riqueza, á vigilar y ordenar la llegada de aquel chorro de dinero que se metía por sus puertas sin desviar su curso, se aburría, falto de deseos y aspiraciones, con el bostezo del que nada espera, que es el más triste de los fastidios.