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Hasta hizo poner anuncios en los periódicos. La pobre mujer se hubiera muerto de alegría al encontrar en ellos su nombre; pero esto no era ya posible. Por último, el propietario de una casita, en la que ella había vivido, proporcionó al Conde los datos que había solicitado. La señora Bonnivet había muerto hacía ya dos meses. ¿Y qué fue de su sobrina?

¿No ha encontrado algún indicio que pueda servirle para seguir su pista? El piso está desalquilado: nadie lo ha habitado después de ella. ¿Y no ha encontrado usted nada? Sólo encontré, en el cuarto de su tía, esto papel que estaba en el suelo, y que es una etiqueta de equipaje en la que hay escrito: A la señora Bonnivet, en Burdeos. Tengo entendido que ella era de ese país. ¿Y qué?

La señora Bonnivet, a despecho de su previsora vigilancia, no podía impedir que su sobrina hablase con sus jóvenes compañeras. Por la mañana en el saloncillo del baile, y particularmente por la noche, cuando salían a la escena... formidable límite que la tía no podía franquear y en el que se detenía su vigilante inspección... Judit oía entonces cosas singulares.

La tía creía encontrarlo muy claro; pero Judit se negaba a comprenderlo. Cuando dieron las once de la noche, encontrábase ya dispuesta la cena más exquisita y delicada, preparada por los cuidados de la señora Bonnivet. En cuanto a Judit, nada escuchaba ni veía; limitábase a esperar. ¡Esperar! ¡Todas las facultades de su alma se concentraban o resumían en esta idea!...

Otro punto que también parece comprobado, es que la señora Bonnivet, su tía, era portera en la calle de Richelieu, de la casa de un solterón, del cual había sido en otra época ama de gobierno, o según decían algunos, cocinera; pero la señora Bonnivet no convenía en esto.

Es cierto repuso el señor Baraton, haciendo una mueca; se han dado casos... Pero comprenderán ustedes que ni la señora Bonnivet ni su sobrina pensaban entonces en tales grandezas. Es preciso avanzar en todo de una manera progresiva, y paso a paso. ¿Y Judit? pregunté yo, porque veía transcurrir el entreacto. De ella me ocupo.

Tal vez deseen saber ustedes lo que sucedía, entretanto, en la casa de la calle de Richelieu, pero no puedo decírselo. No faltaba quien asegurase que una amiga de la señora Bonnivet se había encargado de substituirla interinamente, hasta el día en que la pequeña Judit hiciera suerte.

En consecuencia, cuando, en cierta ocasión, al retirarse por la noche, la señora Bonnivet tomó un aire grave y solemne para anunciar a su sobrina que se le había presentado un protector muy distinguido, su primer movimiento fue de júbilo... y su tía, que no esperaba tal cosa, pareció encantada de ello y continuó muy satisfecha: , mi querida sobrina; una persona muy recomendable por todos conceptos, una persona que asegurará tu fortuna y la suerte de tu tía, cosa muy justa después de los sacrificios que le ha ocasionado tu educación y los cuidados que ha tenido para ti.

Vamos, señora Bonnivet dijo bruscamente a la tía, que entraba en aquel momento en el gabinete; ayude usted a vestir a su sobrina; póngala lo que tenga más elegante, más nuevo y más rico. Gracias al Cielo y al señor Conde, no le faltan trajes lindísimos. Bien, bien; despáchese, que tenemos prisa.

¡Y muy honrada!... ¡Bien lo merece!... En resumen, nunca una boda de príncipes, ni aun de reyes, dio lugar a tantas conjeturas; pero aquella misma noche quedaron resueltas todas las dudas al aparecer en el teatro la señora Bonnivet con un chal magnífico. ¿Quién era aquel protector desconocido? Seguramente se trataría de algún banquero entrado en años o algún respetable gran señor.