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Y puso nueve luises al 17... Rodó la bolilla. El 13 una vez más. Perdía. Su gesto se hizo más duro y agresivo. La suerte empezaba á reirse de él por su falta de voluntad. Un dominador no debe sentir vacilaciones; suya era la culpa, por haber abandonado el número. Los hombres deben insistir hasta imponerse, ó perecer sin abandonar su primera actitud. ¡Al 13, como antes!... Y salió el 17.

964 He servido en la frontera en un cuerpo de milicias; no por razón de justicia como sirve cualesquiera. 965 La bolilla me tocó de ir a pasar malos ratos por la facultá del ñato, que tanto me persiguió. 966 Y sufrí en aquel infierno esa dura penitencia, por una malaquerencia de un Oficial subalterno.

Las indias andan tapadas de la cintura á la rodilla, y por no haber querido oir nuestras pláticas, pasamos á otra nacion llamada Sococies, que nos recibieron de paz, y estaba 90 leguas de los Guajarapos. Cada uno de estos Sococies vive en propia y particular casa, con su muger é hijos. Los indios traen una bolilla de palo pendiente de las orejas.

Empezó la partida. Miguel no tenía combinación alguna ni había pensado nada. Sus ojos vagaron sobre los treinta y seis números. Pero sólo fué por un instante. «Este», pensó. Y puso todo lo que podía poner, nueve luises, el máximum, sobre el 13. Rodó la bolilla por el borde de caoba, y su caída final fué saludada con un murmullo de asombro. «¡El 13

El no era jugador; le fatigaba permanecer inmóvil ante una mesa; creía pueril preocuparse por el rodar de una bolilla de hueso ó las combinaciones de unas cartulinas pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más interesantes!... Pero aquella noche, orgulloso de su poder, sintió deseos de reñir una batalla con la fortuna.