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-Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: -Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su mesma persona.

La fiebre de la cantárida es inflamatoria, con prolongados y violentos calosfríos al principio; está caracterizada por un calor acre y vivo, por la rubicundez cutánea y por una sed violenta y sequedad de la boca; el predominio del eretismo cutáneo y mucoso produce grande inquietud y un delirio molesto por la fijeza de las ideas.

Clara se aterró al oir en boca de su madre aquella diatriba. Se representó en su mente al Comendador como á un personaje endiablado; y, acordándose del tierno beso que de él había recibido, se llenó toda de espanto y de vergüenza.

Visitación procuraba meterle a Ana, a manos llenas, por los ojos, por la boca, por todos los sentidos, el demonio, el mundo y la carne; el buen tiempo la ayudaba.

Pero la boca de la alcantarilla no ha vomitado en el río toda el agua que corría entre las márgenes sombreadas más arriba de la ciudad y de sus fábricas.

La frase venía preparada: se conocía a la legua; pero así y todo produjo el efecto apetecido, parte porque en efecto había hecho gracia, parte también porque todo el mundo se creía en el deber de ponerse risueño en cuanto Fuentes abría la boca. Un instante después un criado de librea abrió de par en par las puertas del salón, diciendo en alta voz: La señora está servida.

Fíjese bien añadió D. Carlos a gritos, que resultaron apagados porque le tapaban la boca las felpas húmedas del embozo raído . Si va usted antes, tendrá que esperarse, y si va después, no me encuentra... Ea, con Dios. Mañana es 25: me toca en Montserrat, y después, al cementerio. Con que...

Bajo los toldos se percibían leves ronquidos, acompasadas respiraciones, dorsos vueltos al exterior sobre las sillas largas, cabezas incrustadas en almohadas o descansando sobre el respaldo, con los ojos entornados y la boca abierta a la frescura de la sombra. Crujía el piso en los lugares caldeados, bajo el paso tardo de algún transeúnte.

Se veía en su aspecto que estaba acostumbrada a dominar, a doblegarlo todo, y aun la sonrisa de perpetua amargura que vagaba por su ancha boca, demostraba hasta qué punto acostumbraba a perseguir, sin dejarse detener, la realización de sus planes.

¿Crees realmente que no habrá guerra? ¿Crees que podremos casarnos?... Dímelo otra vez. Necesito que me tranquilices... Quiero oirlo de tu boca. El centauro Madariaga En 1870, Marcelo Desnoyers tenía diez y nueve años. Había nacido en los alrededores de París. Era hijo único, y su padre, dedicado á pequeñas especulaciones de construcción, mantenía á la familia, en un modesto bienestar.