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¡El que toque al perro, toca á su dueño! respondió el hombre con una expresión tan amenazadora, que Bobart se estuvo quieto. Al hablar así se había levantado y Herminia no encontró ni un solo rasgo de su marido bajo los cabellos grises y enmarañados y la ruda barba de aquél hombre. Y, sin embargo, era él. ¡Esto es una infamia! exclamó la señorita Guichard; ¡mi perro muerto! Era verdad.

En este momento se mostró en la puerta la fisonomía inquieta de Bobart. Señor Aubry, le buscan á usted por todas partes.... La señorita Guichard le reclama.... ¡Anda! Ve á cumplir tus deberes, dijo Roussel cambiando una mirada con Mauricio. Mientras, tomaré el aire en el jardín. Hace aquí un calor terrible.

Herminia cerró la ventana, se desnudó, hizo su oración, rogando al cielo que la devolviese su marido, y se durmió más calmada. Por la mañana se presentó para el almuerzo y tuvo que sufrir los cumplimientos insidiosos del ex-abogado. Durante el día Clementina propuso un paseo por el parque, pero á Herminia le pareció un suplicio pasear entre Bobart y la señorita Guichard.

He aquí mi idea, dijo éste. Está fuera de toda duda para que el tunante de Bobart es cómplice de la señorita Guichard.

¿Por qué no fomentar aquel pequeño acceso de celos, en vez de disiparlo? ¡Quién sabe si podría obtener de ese modo algún provecho! Después de todo, Héctor Bobart era un pretendiente desdeñado y ... de repente vino á la memoria de Clementina el recuerdo de las cartas que aquél había dirigido á Herminia y vió en aquellas delgadas hojas de papel el medio de prender un incendio.

Desde ayer no he dejado la portería de la casa del señor Bobart. Francisco, que es mi amigo, me instaló en un rincón de su cuarto y allí he esperado los acontecimientos. Nada ocurría; ningún suceso, ninguna agitación. El señor Bobart se retiró ayer á las diez. Esta mañana no salió. La distribución del correo nada había indicado.

¡Tengo tal placer en explayarme, en desbordar, en hablar como pienso y en pensar como me agrada ... ¡Oh! aquí respiro ... renazco. ¡Querida Herminia! Y es que usted no me turba absolutamente nada. Delante de mi tía no me atrevía á decir una palabra ... Con usted, las ideas me acuden naturalmente ... Y me parece que no soy tan imbécil como suponía el señor Bobart.... ¿Cómo?

¡Vaya usted á preguntárselo! ¿La ha obligado á acompañarla? ¡Obligado! exclamó Bobart. ¿Cómo es eso posible? ¿Por qué no robado á la fuerza? ¡En medio de quinientas personas! ¡No, no! La señora de Aubry ha seguido á su tía de buen grado.... La señorita Guichard la ha ilustrado acerca del aspecto moral del acto que iba á cometer.

Con el tiempo se había hecho enteramente adepto y, sobre todo, adoraba á Mauricio. Federico, dijo Roussel, ¿está usted todavía en buena inteligencia con el portero del señor Bobart? , señor. Por recomendación del señor, yo he sido quien le ha proporcionado su plaza. Bueno. Federico, va usted á salir inmediatamente para París.

No, por cierto; prefiere ir de levita y en su carricoche de dos caballos ... ¿Prestaría su perro? Puede que ... y puede que no. ¡Vaya usted, Rouet, dijo la señorita Guichard, y haga buena guardia ... Se volvió hacia Bobart y dijo: Este es un ser absolutamente estúpido y no le creo leal. ¿Qué confianza puedo tener en él? ¡Por veinte francos me haría traición!