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El extranjero que se pasee por sus montañas, admira el bosque por la belleza de sus árboles, por el contraste de su verdor con la blancura de las nieves. Pero ellos le deben la vida y el reposo. Gracias á él, pueden dormir tranquilamente sin el temor de ser aniquilados una noche.

Por entre el ramaje y el hierro de las verjas veíase la blancura del mármol de los panteones. El brazo de la muchacha se estremeció de inquietud, apretando el de su novio. ¡Tonta! exclamó Maltrana . ¡Si esto es un jardín!

Las columnas lustrosas, talladas con mil suertes de primores, la roja colcha de damasco, las sábanas de singular blancura, las guarniciones de las almohadas, el reloj y la palmatoria que yacen sobre la mesa de noche, los cabellos dorados del joven y las paredes enjalbegadas, todo brilla, todo arde, todo lanza vivos destellos.

Porque haces olvidar, con tus engaños, que el amor sólo brinda desengaños, y fingiendo el amor, el amor creas; por hacemos creer, con tus pudores, en la sinceridad de tus amores, ¡por hacernos creer, bendita seas! Cuando estoy solo, sueño en la blancura de tu piel y en el negro de tu pelo, y enardecido de pasión, me encelo por la sensualidad de tu cintura. Entre las sombras del pesar me pierdo.

Y de este modo han sabido unir a la utilidad la belleza, puesto que su caza es un deporte airoso. Ron vive en una confortable casa; tiene catorce centímetros de larga y seis de ancha. Son de cartón sus muros, es de cristal su techumbre. El interior es blanco. Y en la blancura, Ron va y viene gallardo y se destaca intenso.

El fantasma vacilaba, se anegó poco a poco su cuerpo en la penumbra, la blancura del rostro empezó a diluirse y al fin se extinguió también la apariencia de las manos juntas. Pero todavía por un minuto osciló el crucifijo, suspenso en el claror de la luna. Al día siguiente, recordando esta visión, dudó si la había soñado.

Vista de cerca, si exceptuamos la blancura, el encanto, es exactamente la mama femenina, ese globo que, hinchado de amor y de la dulce necesidad de amamantar, reproduce con sus movimientos todos los suspiros del corazón que late debajo, reclamando á la criatura para sostenerla, alimentarla y darla descanso. Todo esto fué negado á la madre que nada; aquel bien es para lo que se posa.

Cuentan tambien las historias arábigas que cuando Azzahra se vió por primera vez sentada junto á su glorioso dueño en uno de los salones de aquella especie de palacio encantado, estuvo largo tiempo recostada en un ajimez contemplando embebecida la bella perspectiva que desde allí se ofrecia á su vista; é hiriendo de repente su imaginacion el contraste que presentaba la blancura y alegría de las nuevas construcciones con el sombrío cerro que les servia de fondo, esclamó: ¡Mira, y cuán linda parece esta doncella en brazos de ese etíope!

Su silueta destacábase sobre la blancura del sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Tenía el revólver en la diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con un dedo febril, ansioso de disparar. ¡Ay! ¿no le seguiría alguien? ¿no aparecería el verro o cualquiera de los otros enemigos?... Transcurrió el tiempo sin que nadie se presentase.

Más allá comenzaban las plantaciones de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los añosos y retorcidos olivares, que extendían su leña negra con ramilletes de hojas de plateado gris. La casa, el Can Mallorquí, era una vivienda casi árabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y deslumbrante blancura.