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No poco contribuyó a estrechar esta amistad por parte de nuestro héroe la ojeriza injustificada que el cura había tomado a Mendoza, y que le hacía padecer bastante. Mendoza era en la clase de don Juan el blanco de todos sus donaires y el hazme reír de los chicos.

En otras partes de la montaña, el granito descubierto presenta aspecto distinto: en unas rocas, es blanco como el mármol y está sembrado de puntitos negros; en otras, es azulado y sombrío.

Algún motivo de tirria debieron darle los frailes de la Merced, pues siempre que divisaba hábito de esa comunidad murmuraba entre dientes: «¡Buen blancoLos que lo oían pensaban que el virrey se refería a la tela del traje, hasta que un curioso se atrevió a pedirle aclaración, y entonces dijo Amat: «¡Buen blanco para una bala de cañón

Donde ella estuviera, que no se murmurase; no lo consentía. Cuando llegaron al cenador donde se empezaba a servir el café, la de Rianzares inclinaba su cabeza de fraile corpulento cerca del hombro del Magistral, diciendo con los ojos en blanco, y llena de miel la boca: ¡Vamos! ¡amigo mío!... se lo suplico yo... acompáñeme al Vivero... sea amable... por caridad....

A la falda de esta loma se encuentra el pueblecillo llamado San Juan de Aznalfarache, adonde tardamos poco en atracar saltando a un tabladito que hace de muelle. Es una aldehuela irregular, triste y de ruin caserío. Desde la ciudad ofrece vista muy grata aquel blanco grupito de casas, posado, como una gaviota, a la orilla del río; pero una vez dentro de él, la ilusión se desvanece.

Aquellos oficiales de calzón blanco y peto rojo, que con la espada al costado y el bicornio sobre el muslo escoltaban a Dios, tenían sin duda noticias de su existencia; alguno habría oído hablar de él, y tal vez guardaba su nombre en la memoria como el de un enemigo de la sociedad. ¡Y el réprobo repelido por todos, refugiado en un hueco de la catedral, como las aves aventureras que anidaban en sus bóvedas, era el que guiaba el paso de Dios por las calles de la religiosa ciudad...!

Los peines de concha guardaban enredadas en sus púas marañas de cabellos; muchos frascos estaban desportillados, y el blanco mármol tenía pegotes formados por el amasijo de gotas de esencia con los residuos de polvos.

Venerables libros de piel con dorados suaves, infolios de blanco pergamino, se abrían al caer en el suelo, rompiéndose sus nervios, esparciendo una lluvia de páginas impresas ó manuscritas, de amarillentos grabados, como si soltasen la sangre y las entrañas, cansados de vivir. El escándalo de estas guerras de conquista atrajo la intervención de doña Cristina.

Manín se sentó de nuevo para engullir el pan que quedaba y beber otro vaso de lo blanco. Josefina mientras tanto sollozaba en un rincón, llevándose las manos heridas a la boca, palpándose las mejillas acardenaladas por los ballenatos. Manín se dignó echar hacia ella una mirada.

A Codillo, que siempre fue una tenaza y una esponja para el dinero, le da ahora por despilfarrarse con la familia y hasta por acompañarla vestido de punta en blanco. Es teniente de alcalde, está viudo, y eso le salva, porque su mujer era una fiera hasta para amarrar el ochavo.