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La paredes, pintadas de blanco y protegidas en parte por azulejos para evitar roces, estaban enteramente desnudas: ni un trazado, ni un grabado, ¡ni un esquema siquiera de un instrumento de Física!

1066 Los cielos lloran y cantan hasta en el mayor silencio: lloran al cair el rocío cantan al silbar los vientos lloran cuando cain las aguas. Cantan cuando brama el trueno. MARTÍN FIERRO 1067 Dios hizo al blanco y al negro sin declarar los mejores; les mandó iguales dolores bajo de una mesma cruz; mas también hizo la luz pa distinguir los colores.

PASTEL A LA ITALIANA. Se hace un picadillo de tocino, lomo, ternera, jamón y se hace una pasta con vino blanco y huevos batidos; en un molde de forma bonita se pone tiritas de jamón cruzadas, otra capa de pasta, otra de tiras de jamón, y así sucesivamente, hasta llenar el molde. Después se mete al horno cuidando de ir separando la grasa que vaya sacando, y cuando está en su punto se prensa.

Unos llevaban pantalón blanco de dril, con casaquín de lana perla, cruzado el pecho de anchas correas blancas, con asta plateada. Otros iban de blanco y rojo, blanco el pantalón, la casaca roja.

El café de la Paz era grande, frío; el gas amarillento y escaso parecía llenar de humo la atmósfera cargada con el de los cigarros y las cocinas; a la hora en que los dos amigos conferenciaban estaba desierto el salón; los mozos, de chaqueta negra y mandil blanco, dormitaban por los rincones.

A Ulises se lo mató Lagartijo; a Héctor, Bocanegra; Mazzantini hizo papilla a Roldán; Aquiles quedó ciego de unas puñaladas que le metió Frascuelo; y un gallo de sangre mestiza y ruin, color blanco, llamado Espartero, propiedad de un ebanista, aniquiló a Carlomagno, Manfredo, Hércules y otros seis héroes desgraciados.

Y por vuestra vida, aprended también á disparar formando curva, pues aunque de ordinario la flecha va derecha al blanco, os hallaréis muchas veces atacando á gentes parapetadas tras las almenas ó en lo alto de una torre, ó á enemigos que ocultan pecho y cara con el escudo y á quienes sólo matan las flechas que les caen del cielo.

Fermín nada veía de nuevo en aquel salón blanco, de una blancura de panteón, fría y cruda, con su pavimento de mármol, sus paredes estucadas y brillantes, sus grandes ventanales de cristal mate, que rasgaban el muro hasta el techo, dando a la luz exterior una láctea suavidad. Los armarios, las mesas y las taquillas de madera oscura, eran el único tono caliente de este decorado que daba frío.

Aquí, las muchachas de velo blanco y de picante sesgo y talla, brindaban con ramilletes de celindas, de mosquetas de olor y de diamelas rojas; otras, allí, casando el blanco azahar con los capullos de los rosales de Alejandría y los chiringos de cándidos racimos con las azucenas y bermejos lirios, ofrecían símbolos y emblemas elocuentes de amor para las hermosas y enamorados.

¡Quina señora! decía poniendo los ojos en blanco para expresar su entusiasmo. Le había dado un duro, una rodaja blanca de las que hacía muchos años, por culpa de la poca fe, no subían a aquellas alturas.