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Tengo que hablar con V. ¿Puedo entrar? Entra, contestó el Comendador con bastante zozobra de que Lucía trajese malas noticias. La cara de Lucía estaba demudada. Los ojos algo encarnados, como si hubiesen vertido lágrimas. ¿Qué hay? dijo D. Fadrique. Que Doña Blanca está muy mala. Clara me escribe diciéndomelo, y me ruega que haga la caridad de ir á acompañarla. ¿Y se sabe qué tiene Doña Blanca?

Á hora muy temprana comenzó el redoble de los atabales, que llamaba á los soldados, seguido de los toques de clarín ordenando la formación de la Guardia Blanca en el patio de honor de la fortaleza.

Y tarde y apresurado llegaba, en efecto, Jacobo en aquel momento por el extremo de la galería, airosamente terciada la capa blanca de santiaguista con que encubría su pintoresco uniforme de maestrante de Sevilla.

ACELGAS EN PAQUETITOS. Limpias y cortadas se cuecen con agua y sal; las hojas, solas, se extienden sobre la mesa y se cubren con la siguiente tarsa: En una sartén se rehoga cebolla picada, cuadraditos de jamón, perejil, bastantes acelgas, dos huevos duros picados y un poco de caldo; se dejan rehogar, mezclando con huevo crudo, sal, y pimienta blanca.

No pudo oír replicar el soldado, pues María ya traspuso por entre las sombras de los árboles desde la primera palabra, y la blanca alcandora que vestía flotaba entre el verde obscuro de los ramos. María se acercaba hacia la aldea diligentemente, para ayudar con su brazo los cansados pasos de su tío en el subir el recuesto fatigoso que ya hemos apuntado.

Muy sencillo: una raya blanca, otra negra; una raya blanca, otra negra... Como las cebras explicó Polsikov, a quien le inspiraba gran lástima su desgraciado amigo. ¡No, no es posible! exclamó Kotelnikov, poniéndose muy pálido. Nastenka no podía ya contener las lágrimas, y, sollozando, huyó a su cuarto, llenando de emoción a los asistentes.

Diga usted sencillamente que es una víctima de esta noche peligrosa; yo también lo soy. Y abarcaba con sus ojos de un brillo lacrimoso, la plazoleta blanca por la luna; los nevados naranjos y los rosales y palmeras que parecían negros, destacándose sobre el espacio azul, en el que vibraban los astros como granos de luminosa arena.

Sus viñas, sus olivares, sus huertas y sus cortijos eran conocidos por de Doña Blanca, y no por suyos. Aquella anulación marital no había llegado, con todo, hasta el extremo de la de algunos maridos de Madrid, á quienes apenas los conoce nadie sino por sus mujeres, cuya notoriedad y cuya gloria se reflejan en ellos y los hacen conspicuos.

Amaba el golpe en silencio, el arma blanca, prolongación de la mano, con un cariño ancestral que parecía evocar el centelleo de las hachas de abordaje usadas por sus antepasados.

Se hallaban delante de una casucha solitaria, sobre cuya puerta tremolaba una banderita blanca y encarnada, dando testimonio de que allí se rendía culto a Baco. No tomo nada, pero bajaré a acompañarle a usted. Me está lastimando el diablo de la silla. No perderá usted el tiempo dijo Celesto acercándose a tenerle el estribo y bajando cuanto pudo la voz.