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No bien entrado el fraile, cerró la puerta con llave el Comendador, para que nadie viniese á interrumpirlos, y en voz baja dijo, mientras él y su maestro tomaban asiento: Cuente V. lo que ha pasado. No me oculte nada. Hablaré en resumen, porque ha sido larga la discusión. Doña Blanca ha celebrado tu generosidad. Dice que no atina á comprender cómo un impío es capaz de acción tan noble.

Suspendió éste la tarea y miró a Leto, que estaba a popa y sobre las puntas de los pies, como fascinado, con los ojos fijos en la blanca silueta de Nieves que acababa de aparecer en lo alto del Miradorio.

Y no hay animal más difundido sobre el planeta. Viven bajo las aguas, como la argironeta; corren sobre la superficie de los lagos, como el dolomelo orlado; fabrican su morada so las piedras, como la segestria; se agazapan en un pozo guateado de blanca seda, como la teniza minera; se columpian en aéreas redes, como la tejenaria. Corren, nadan, saltan, vuelan, minan, trepan, tejen, patinan.

Y allá, en la penumbra del corredor, como un rayo de luz diese sobre el rostro de Juan, y de su brazo, aunque un poco a su zaga, venía Lucía, en la frente de él, vasta y blanca, parecía que se abría una rosa de plata: y de la de Lucía se veían solo, en la sombra oscura del rostro, sus dos ojos llameantes, como dos amenazas.

Había vivido algún tiempo en Francia, dirigiendo un gran establecimiento de ropa blanca, y tenía hábitos independientes y mucho tino mercantil. La segunda, Olimpia, había estado asistiendo al Conservatorio siete años seguidos, y obtenido muchos premios de piano.

Duerme, mas no por siempre inanimado. El sueño por mis manos derramado, Angel de castidad; Como la flor que en noches del estío Se adormece con gotas de rocío, Y se despierta al ver la claridad. Reclínate en el ala misteriosa Del imantado sueño, niña hermosa, Para soñar de amor; Que la mujer que sueña es como el ave, Que oculta su cabeza en ala suave Blanca como los velos del pudor.

Doña Clara no hablaba á solas ni escribía á su amiga; por los criados nada podía averiguarse, porque los de Doña Blanca eran forasteros casi todos, y ó no tenían confianza en la casa, ó hacían una vida devota y apartada, imitando y complaciendo así á sus amos. Sólo podía afirmarse que la única persona que entraba de visita en casa de D. Valentín era su cercano pariente D. Casimiro.

Una máquina para ese anciano débil y enfermo a quien arrastro por los salones, por las calles y por el mundo entre las burlas y las sonrisas de todos los que nos miran y nos encuentran. ¡Blanca! ¡Ah!

Al fin, cansadas de su paciencia, le dejaron en paz. El adorable Pablito, vestido correctamente de frac, con una flor blanca en el ojal, llevaba a cabo mientras tanto la conquista de cierta hermosa hebrea, hija de un comandante de artillería que acababa de llegar.

Ana leía sentada en su banqueta de lona blanca con franjas azules, mientras sujetaba la caña con la mano izquierda, sin más fuerza que la necesaria para que la corriente no la llevase.