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Blanca, sin embargo, después de los primeros meses, parecía hastiada ya de los cuidados maternos. Hacía tres meses que no iba a bailes y que no hacía su partida de whist con los amigos de su padre. ¡Era triste la vida así! Esa vida de familia, el bebé que llora de noche, que pide inconsideradamente el sacrificio de las mejores horas de sueño: ¡Oh, qué vida tan insoportable!

Tenía en las manos el rosario y vagaba aún en sus labios su pura sonrisa de niño; sobre su frente, amarilla como el marfil antiguo, un nimbo de cabellos blancos realzaba el tipo más peregrino de belleza moral que puede fingirse el hombre: la inocencia con la cabeza blanca...

Un chisporroteo... Una llamarada más viva... El cirio del mozo se apagó el primero. Mejor; así no te veré morir exclamó con una especie de alegría egoísta. Mejor; así estaré allí para ayudarte a morir suspiró dulcemente la novia, cuya cándida abnegación brillaba bajo la cofia blanca. Y se fueron en la paz de la radiante tarde, cogidos del brazo... Liette ocultó la cara entre las manos y lloró.

El casco de la corbeta, pintado de negro con una banda blanca en la obra muerta, se destacó al fin con pureza del fondo obscuro. Los ojos de los espectadores, habituados ya a las tinieblas, veían perfectamente todo lo que pasaba a bordo. Sobre el puente había dos bultos, el del capitán y el del práctico. En la proa uno, el del piloto. ¿Y la escandalosa? gritó de nuevo don Melchor.

Le ha parecido a Vd. un despilfarro, ¿verdad? ¿Y con qué derecho podría yo pensar así? Vaya, pues deseo que me lo diga Vd.; le doy a Vd. carta blanca para que hable, vaya, que quiero que hable Vd. Era un capricho de niña mimada: curiosidad de saber por qué causa lo que a ella le parecía natural producía mala impresión en el prójimo.

Pero mientras daba vueltas en sus ocupaciones, no pudo menos de pensar más de una vez en aquel desconocido que era el primero que había saludado su despertar en su nueva existencia. La familia de Candore, cuyos antepasados habían tenido derecho de alta y baja justicia en el territorio de ese nombre, se componía de tres personas: la condesa y sus dos hijos, Blanca y Raúl.

Dentro de algunos días, murmuró, cuando por sus cuatro costados arda esa ciudad maldita, albergue de la nulidad presumida y de la impía esplotacion del ignorante y del desgraciado; cuando el tumulto estalle en los arrabales y lance por las calles aterradas mis turbas vengadoras, engendradas por la rapacidad y los errores, entonces abriré los muros de tu prision, te arrancaré de las garras del fanatismo, y blanca paloma, ¡serás el Fénix que renacerá de las candentes cenizas...! Una revolucion urdida por los hombres en la oscuridad me ha arrancado de tu lado; ¡otra revolucion me traerá á tus brazos, me resuscitará y esa luna, antes que llegue al apogeo de su esplendor, iluminará las Filipinas, limpias de su repugnante basura!

Debajo de su americana blanca, traía una blusa de lana azul igual á la de Dougall y debajo del pantalón, otro de la misma tela que la blusa. En seguida sacó del bolsillo una boina bordada de rojo y un par de zapatos. ¡Vamos! vivo... ¡Desnúdate! ¿No podrán sorprendernos? No, no vendrá nadie, si el vigilante se ha marchado realmente. ¿Pero cómo me quito la cadena? ¡Espera!

Finalmente, sólo lo vieron los emigrantes amontonados en la popa, destacándose la bandera del Goethe sobre la pirámide blanca de su velamen.

Ninguna noche se acuesta sin despedirse de Magdalena; cuando se levanta va a darle los buenos días y en el resto del día siempre lleva en la mano una rosa blanca cortada de los rosales de su tumba y que al retirarse a descansar conserva hasta la mañana siguiente en un jarro de Bohemia que Magdalena tenía siempre en su cuarto.