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Con un rápido movimiento del compás trazó Tapón una esfera limpia y correcta, con la luna en su plenilunio. ¡Magnífico!... Redonda era como el mundo... Parecía una carita... ¡Justo!..., una carita... Igual, idéntica a la de madame Dous, la tendera que vendía pelotas en los portales de Bayona. ¡Qué casualidad!... Tapón marcó con mucha habilidad dos puntos para tomar los radios con que había de trazar dos arcos que se cortasen, y se afirmó en su creencia... Aquellos dos puntitos parecían, sin duda alguna, los ojos de madame Dous, redondos, pequeños, abiertos como con un punzón... El parecido era exacto: tan sólo le faltaba el moñito en lo alto de la cabeza, y para que nada le faltase, pintó Tapón a la esfera un moñito en la parte superior; dibujóle luego unas narices en el punto en que debieron encontrarse los dos malogrados arcos, púsole por debajo una boca bigotuda, añadióle después dos orejas con pendientes, y en menos de un cuarto de hora encontró la cara de madame Dous, en vez de encontrar el radio de la esfera.

Los sobrinillos venían a él intimidados por los adornos brillantes de su vestidura, tocándolos con admiración, sin atreverse a hablar; la bigotuda de su hermana le daba un beso con gesto de terror, como si fuese a morir; la mamita se ocultaba en los cuartos más obscuros. No; no quería verle, sentíase enferma.

Esta fornida guisandera, un tanto bigotuda, alta de pecho y de ademán brioso, había vuelto la casa de arriba abajo en pocas horas, barriéndola desde la víspera a grandes y furibundos escobazos, retirando al desván los trastos viejos, empezando a poner en marcha el formidable ejército de guisos, echando a remojo los lacones y garbanzos, y revistando, con rápida ojeada de general en jefe, la hidrópica despensa, atestada de dádivas de feligreses; cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas.

Estos, por cariño espontáneo y por indicaciones de sus padres, acariciaban a todas horas con besos y arrullos gatunos a la hermosa tía y al tío generoso y popular. Encarnación, tan gruesa como su madre, con el vientre flácido por la incesante procreación y la boca un poco bigotuda al entrar en años, sonreía servilmente a su cuñada, lamentando las molestias que la daban los niños.

La señora Angustias, hembra fuerte, obesa y bigotuda, que no temía a los hombres e inspiraba respeto a las mujeres por sus resoluciones enérgicas, mostrábase descorazonada y floja ante su hijo. ¡Qué hacer!... Sus manos habíanse ensayado en todas las partes del cuerpo del muchacho; las escobas se rompían sin resultado positivo. Aquel maldito tenía, según ella, carne de perro.

Una mujer flaca, bigotuda, con parches en las sienes, y las cejas como dos parches negros, se ocupaba en poner ordenadamente los buñuelos y en espolvorearles azúcar con un cacharrillo de lata, agujereado cual salvadera. La misma mujer de los parches era quien vendía, cuando alguien compraba, ensartando las docenas de buñuelos en juncos verdes que a la mano tenía.