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Los entusiastas dábanle consejos a gritos. ¡Despáchalo pronto! Es un buey que no merece nada. El torero tendió su muleta ante la bestia, y ésta arremetió, pero con paso tardo, escarmentada por el tormento, con una intención manifiesta de aplastar, de herir, como si el martirio hubiese despertado su fiereza. Aquel hombre era el primero que se colocaba ante sus cuernos después del suplicio.

Su hermano y ella han corrido a la perdición: él ha llegado, ella llegará. Distintos medios ha empleado cada uno: él ha ido con trote de bestia, ella con vuelo de pájaro; pero de todos modos y por todas partes se puede ir a la perdición, lo mismo por el suelo polvoroso que por el firmamento azul».

-No siento ninguno, señora -respondió don Quijote-, porque osaré jurar a Vuestra Excelencia que en mi vida he subido sobre bestia más reposada ni de mejor paso que Clavileño; y no yo qué le pudo mover a Malambruno para deshacerse de tan ligera y tan gentil cabalgadura, y abrasarla así, sin más ni más.

El mismo abogado no estaba seguro de encontrar su sepultura si alguna vez necesitaba buscarla... ¡Y así había sido el final de esta criatura de lujo y de placer!... ¡Así había ido á consumirse aquel cuerpo en un agujero anónimo de la tierra, lo mismo que una bestia abandonada!... «Era buena decía el defensor , y sin embargo fué criminal.

Puede usted decírselo a su candidato. ¡Vamos! Elena exclamó mi padre, eres demasiado razonable para que te fijes, tratándose de tal cuestión, en el pelo de la bestia. Nos echamos a reír y esto hizo menos violenta la situación. La cosa es seria, querida, y ya que Máximo sostiene tan mal la causa de su amigo, voy a encargarme yo de hacerlo.

-Ven acá, bestia y mujer de Barrabás -replicó Sancho-: ¿por qué quieres ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa: siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa.

¡Bestia de ! exclamó el sencillo burgalés, dándose con las dos manos en la frente . ¡Pues no me había olvidado?... Perdone usted, señora marquesa, esta distracción, que, bien mirada, no es de extrañar. En oyendo hablar de hijos, ya está todo en mi cabeza patas arriba. La marquesa había perdido el tino ya. No salía de un bochorno sin verse presa de otro mayor.

La senda era única e inerrable; la brújula, consultada con frecuencia por mera curiosidad, me hacía ver las caprichosas direcciones del camino. Tan pronto la bestia marchaba al norte tan pronto al sur, y casi nunca al oeste que era el objetivo. Avanzábamos derivando.

Sobre el mar sólo estaban él, la barca que se aproximaba y una curva negra que acababa de surgir y que se contraía espantosamente sobre una gran mancha de sangre. El atún había muerto... ¡Valiente cosa le importaba! ¡La vida de su hijo único, de su Antoñico, a cambio de la de aquella bestia! ¡Dios! ¿Era esto manera de ganarse el pan?

Arrojábanse sobre ella las mujeres, arrancándole la corona, tirando de sus pendientes hasta rasgarle las orejas, haciendo trizas sus blancas vestiduras. Al abrirse la puerta, salía como una bestia acosada entre la rechifla de los hombres, los arañazos de las mozas y las pedradas de los chicuelos, para refugiarse en casa de su padre. Este era inflexible.