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Los ojos del fantasma eran dos linternas, los cuernos dos tacos, y la causa del ruido metálico, una batería completa de cocina, bien manejada debajo del paño. En cuanto á los berridos, un amigo mío, que por cierto no era marino, aunque formaba con ellos muchas veces, sabía darlos como el mejor piporro; los marinos de la Berrona no hacían más que acompañarle en el tono que podían.

Que la van á coger, que ya se sabe de dónde sale, que es de carne, que es un espíritu, que muerde, que cocea, que busca chiquillos para sacarles el sebo, que los serenos, que la policía, que cazarla á tiros ... y nadie se atrevía á pedirle el pasaporte. Al cabo, la delación de un pinche de billar hizo luz en el horrible caos, y el misterio se aclaró. ¿Saben ustedes lo que era la Berrona?

La Berrona era un animal, un fantasma ó un demonio muy grande, con dos ojos como dos hogueras, muchos pies y dos cuernos muy largos y muy derechos. Al andar hacía un ruido como de cadenas y cacerolas de latón que chocasen entre , y lanzaba berridos tremebundos, muy roncos y muy lentos, como las notas del piporro en las procesiones de la catedral.

Pues, señor, la cosa llegó á excitar vivamente la atención de la autoridad, y el miedo del barrio rayó en espanto; la Berrona seguía, sin embargo, haciendo todas las noches su horripilante procesión.

Sin embargo de lo dicho sobre semejante cambio, los marinos actuales que proceden de la partida de la Berrona y de otras sus coetáneas, aún conservan, para un ojo práctico, ciertos resabios de aquella época; examinándolos con cuidado, aún se ve asomar bajo sus hábitos nuevos la hilaza del antiguo chaquetón de paño pardo; aún hablan como entonces si se les sabe tirar de la lengua, y es cosa probada que toman de mejor gana una cazuela de sardinas en la taberna de Regatillo, que un biftec en el restaurant del Occidente.

«Los marinos» le respondían al punto. Quiénes, de los conocidos en el pueblo, no había para qué inquirir. ¿Qué más daba? Todos eran lo mismo.... Por aquel entonces se habló mucho en Santander de la Berrona, que salía todas las noches, á las altas horas, no se sabía de dónde, y recorría varias calles determinadas.