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«¡El ateo! Aunque todos le tenían por inofensivo, creían los más en su maldad ingénita y en una misteriosa superioridad diabólica. Y aquel diablo, aquel malhechor se arrojaba a los pies del señor espiritual de Vetusta.... ¡Oh! ¡qué gran efecto teatral!... No, no sería él bobo, su madre tenía razón, había que sacar provecho.... Y después, aquello no era más que una preparación para otro triunfo más importante; ¿no se había dicho que hasta la Regenta le abandonaba? Pues ya se vería lo que iba a hacer la Regenta...». Don Fermín se ahogaba de placer, de orgullo; se le atragantaban las pasiones mientras don Pompeyo tosía, y entre esputo y esputo de flema decía con voz débil: Puede usted creer... señor Magistral... que ha sido un milagro esto... , un milagro.... He visto coros de ángeles, he pensado en el Niño Dios... metidito en su cuna... en el portal de Belem... y he sentido una ternura... así... como paternal... ¡qué yo!... ¡Eso es sublime, don Fermín... sublime.... Dios en una cuna... y yo ciego... que negaba!... pero dice usted bien.... Yo me he pasado la vida pensando en Dios, hablando de

La ciudad, profusamente extendida, presenta un ancho lienzo de casas en forma de anfiteatro, por estar como están edificadas sobre colinas que avanzan hácia el puerto. A la izquierda de Lisboa se distingue aunque confusamente el lindo sitio de Cintra; alcánzase tambien en lontananza el palacio de Belem y algunos otros edificios é iglesias.

Nace despues en un cielo muy claro, muy limpio, muy sereno, muy apacible; nace, repito, el sol venturoso que alumbra un establo de la humilde Belém; nace el astro puro que vivificó todo el ambiente y toda la tierra; nace el astro que alumbró la venida de Jesus, y el hombre, sin conocerlo ni sentirlo, va penetrando en su raciocinio, en su conciencia, en su voluntad, en su imaginacion, en su sentimiento, en su creencia, en su trabajo; sin comprenderlo, sin adivinarlo, sin presumirlo, por virtud de un espíritu que está en la mente de la Providencia, como está el aire en los espacios de la atmósfera, el hombre comenzó á penetrar en todo él, á comunicarse con él mismo en todas sus fuerzas y relaciones; comenzó á conocerse, á conocer al hombre, á conocer la naturaleza, á conocer á Dios.

En el piso superior hay una plataforma anchísima desde la cual se domina toda la ciudad, con la vista del puerto. Hay en Lisboa tres ó cuatro buenos hoteles entre los que merece especial mencion el de Braganza. Los cafés y establecimientos públicos son regulares: los palacios de Belem y las Necesidades parecen mas bien casas particulares.

Así, por ejemplo, cuando tengo la imaginación encantada por mil ensueños pastorales que me han mecido en el curso de mi paseo, yo encamino mi pensamiento bajo las tiendas de los patriarcas, o entre los segadores de Belem, y asisto con la imaginación a las bodas de Ruth. En cambio ha disminuido mi entusiasmo por Osián y aun por Shakespeare.