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Mi hijo Alfonso también pertenece a este distinguido cuerpo, y está muy satisfecho de haber ingresado en el ejército; yo también estoy muy contenta: al menos está ocupado en algo. Cuando no presta servicio en las Tullerías, permanece en Beauvais, y dice que pronto vendrá a pasar con nosotros el correspondiente semestre de licencia.

Al llegar al inmenso tapiz de Beauvais, del comedor, el señor Desmaroy deja escapar un grito del corazón: Qué error dejar dormir tanto dinero... Cuánto dinero improductivo... Si este tapiz fuese mío, qué pronto le vendería... La abuela disimula su asombro con una sonrisa que lo mismo significa adhesión que reprobación.

De prisa va el caballero... «Si fuese mío...» ¡Oh! hablar de vender el tapiz de Beauvais... La mirada del señor Desmaroy se cruza con la mía. Nuestras dos voluntades cruzan el hierro. La suya, un poco arrepentida de la reflexión que se le ha escapado; la mía bastante desdeñosa por la indiscreción cometida. Evidentemente mi antipatía se precisa.

Therapéutique homœopathique des maladies aigues et des maladies chroniques. Paris, 1847-1849, 2 vol. en 8.º Matière médicale. Paris, 1851. Beauvais: Effects pathogenetiques et toxiques de plusieurs medicaments. Paris, 1845, en 8.º Cours élémentaire de matière médicale. Paris, 1817, 2 vol. en 8.º Traité des maladies des reins. Sur l'emploi du causticum contre la dispepsie nerveuse.

Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa. El día 1.º de enero de 1853, hacia las nueve de la mañana, toda la servidumbre del hotel celebraba en el vestíbulo un congreso tumultuoso. El administrador del barón, el señor Anatolio, acababa de distribuirles el aguinaldo.

La primera persona que María Teresa percibió, fue a Huberto, quien, semioculto detrás de una tapicería de Beauvais, no quitaba los ojos de la puerta de entrada. La joven se sintió lisonjeada al verse así esperada. Martholl avanzó hacia ella en el momento en que, habiéndose quitado el amplio abrigo de pieles, apareció, fresca y luminosa, con su vestido de tul pálido.

Era una vasta pieza con estudiadas luces de oriente y cenital, atestada de preciosidades artísticas y arqueológicas, que sobre tapices de Beauvais y los Gobelinos cubrían todas las paredes, atestaban todas las mesas y apenas dejaban un sitio en que poner la planta sin encontrar algo que admirar o algo en que tropezar.