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Le prometo que será bien recibido; no se le hará alusión alguna ni en cuanto al presente ni en cuanto al pasado, y usted me promete, ¿no es verdad? rehuírlas también por su parte... ¿me promete también no enternecerse?... ¿me promete, en fin, no ser para Beatriz más que un bueno y antiguo amigo como lo es para mí... y nada más?
Entregó la esquela a Pierrepont, conviniendo con él en que al día siguiente se verían en una de las avenidas de los Grenets después de la entrevista con Beatriz.
Jamás llegaron a verse fuera de la quinta de Bellevue, porque Beatriz opuso una resistencia invencible a todas las combinaciones que Pierrepont le presentó para facilitar sus citas a solas. ¡Era culpable, es cierto! pero aun en su falta conservaba esa elevación de alma que desprecia los ruines expedientes de la galantería vulgar, y excepcional hubiese sido que en las condiciones de existencia que les habían creado los acontecimientos, no hubieran buscado para suplir a sus habladas ternuras el medio fatal de escribirse.
Autorizó, pues, a la señora de Aymaret para que indicase al marqués cómo ella, Beatriz, deseaba su matrimonio, pidiéndole únicamente a su amiga que en lo sucesivo nunca le hablase de Pedro, ni jamás le advirtiera, si debía partir, la época de su viaje. Antes te quería le dijo con sencillez la vizcondesa , ¡ahora te venero!
Sostenía el Condesito que doña Beatriz era la discreción personificada, que su conversación tenía un atractivo irresistible, y que su honra y su castidad estaban por encima de toda sospecha. Así era que él no se tomaba trabajo alguno para disimular, y hablaba con doña Beatriz aparte, y horas enteras, en casa de Rosita.
De un lado la certidumbre, del otro el temor de una escena enojosa, mantuvieron un día a la señora de Montauron en terrible agitación de espíritu; así que cuando en la velada comunicóle Pedro la carta de lord S... anunciándole que bajo la reserva de su aprobación contaba partir al día siguiente, la primera impresión de la baronesa fue la de un grande alivio, porque de cualquier lado que el asunto se mirase, esa precipitada fuga no significaba en puridad otra cosa sino la desesperación de un enamorado en derrota... Beatriz había sin duda alguna cumplido su palabra, y de ese cuadrante toda tempestad resultaba conjurada.
Muchas veces había pensado el cura en que su sobrino podría ser un buen marido para cualquiera de sus dos pupilas; pero, como no era un buen partido, calló el cura su pensamiento y propósito, y jamás hizo nada por realizarle. Paco, Beatriz e Inesita se querían como hermanos.
Sin tu cuñado dijo el ama. ¿Y dónde está? ¿Se quedó en el lugar? ¿Por qué no viene? Lo ignoro. Sólo sé que tu hermana está llorando como jamás la he visto llorar. Sin duda ha ocurrido alguna gran desgracia. Beatriz nada ha querido decirme; pero algo ocurre de muy grave y lastimoso. Levántate, hija. Ve a consolar a tu hermana y a saber la causa de su dolor.
Habló cuatro palabras con ella; habló un momento con Inesita, que también estaba allí; saludó a los tertulianos, y se fué a hacer su aparte con doña Beatriz, el cual fué más prolongado y en apariencia más íntimo que nunca. Aquella noche vino don Braulio y vió el aparte con la serenidad de costumbre.
Nuestro héroe, sin meterse en filosofar sobre lo dicho, lo tenía más que sabido. Así es que, por esta consideración, aunque no atendiese a otras, hallaba más difícil escribir a Inesita que a doña Beatriz. Escribir a doña Beatriz, como casada, el uso, la práctica, la jurisprudencia establecida, lo consentía sin que pasase por injuria.
Palabra del Dia