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Después de algunas palabras indiferentes: Señor Pierrepont dijo la de Aymaret , ¿tendría usted la amabilidad de dejarme un momento a solas con Beatriz?... Pero, antes de que se vaya usted, ¿por cuál tren piensa regresar a París? Por el de las tres y veinte, probablemente. ¡Excelente!... ¡Es también, el mío!... Volveremos juntos si usted quiere. ¡Con mucho gusto, señora!

No había podido conseguirlo. «¿Qué quieres? decía don Braulio . Manías del señor mayor. Así iba yo cuando muchacho, y no quiero variar. Así te enamoré; así me quisiste; así te casaste conmigoDoña Beatriz no sabía al cabo qué responder; se callaba, y dejaba ir a don Braulio como le daba la gana.

La cabeza contra el respaldo, los codos en los brazos del sillón y los dedos entrelazados, cerró luego los ojos para que los instantes le parecieran más veloces, mientras llegaba la respuesta de Beatriz, que debía traerle Casilda.

Delante de Beatriz, profundamente conmovida, bajo su aparente tranquilidad, acabaron los jugadores de fijar las bases de la partida. Esta sería de siete disparos; el tiro era a voluntad; cada uno haría dos de aquéllos seguidos en las dos primeras entradas; en la tercera los disparos serían tres por cada lado sin solución de continuidad.

Por lo menos, murmuró Muñoz sardónicamente, un marido que se hubiese casado con tu Beatriz no tendría nada que temer. Y sospechaba que la Beatriz de Julio era Adriana. Ambos quedaron repentinamente callados, sin poder reanudar la conversación. Julio se despidió.

Paco amaba a don Braulio, aunque era quien más le había siempre echado en cara que se pasase de listo, que tuviese maneras de pensar que él calificaba de tortuosas y que se hiciese víctima de los más alambicados y singulares sentimientos. Apenas leyó la carta, creyó que Braulio estaba loco. No podía creer la falta de doña Beatriz: tan buena opinión tenía de ella.

Beatriz subió los tres o cuatro escalones del peristilo, y volviendo la cabeza dijo a Pedro: «Vuelvo al momento», entrando en seguida en el salón.

Usted sabe muy bien que no soy rico añadió Pedro con cierta timidez. Para ella lo es usted... ¡pobre Beatriz!... y además... Aquí interrumpióse de súbito y preguntó a Pierrepont: ¿Qué dice de esto su tía de usted? No dice nada, porque nada sabe. La señora de Aymaret se incorporó bruscamente en su silla.

Doña Beatriz la Coya en esto ha ido A Lima, se halla gran Señora, Por haber el bautismo recibido: Bien muestra ser del Inca sucesora. Al muy sábio Loyola por marido Le cupo, de quien es merecedora. Doña Luisa estaba cerca de ella, De Ulloa compañera, clara estrella.

Fingíase, por último, a doña Beatriz casada con un hombre joven, hermoso y brillante, con un hombre a quien ella pudiese amar y amase con toda la energía del alma juvenil; y entonces imaginaba don Braulio coloquios, éxtasis, arrobos, ternuras inefables, deleites infinitos, glorias divinas de amor, ocultas aún en el fondo del alma de doña Beatriz; todo un cielo de bienaventuranza allí sumido, y que él no había jamás hecho surgir y aparecer con sus débiles conjuros.