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Para salir de ellos, vivir con esplendidez y elevarse a mayor posición en la jerarquía social, se presentaban dos caminos, iluminados por la esperanza, a la aguda consideración de doña Beatriz, la cual cavilaba mucho sobre estas cosas desde que había salido del lugar, ya casada. Doña Beatriz tenía el concepto más elevado de la inteligencia y del saber de su marido.

Cierta vez descubrió un puntillo movedizo, un cuerpecito minúsculo que atravesaba el huerto, subía los escalones del torreón, y se asomaba luego a las troneras. Era ella seguramente. El no había querido volver a la casa de don Alonso, y se había jurado olvidar a Beatriz para siempre.

Luego volvió a acostarse, apagó la luz y se colocó cómodamente para meditar quizá sobre el contenido del mencionado documento, y para dormir al fin. A la mañana siguiente Inesita y don Braulio, mientras que doña Beatriz, menos madrugadora que ellos, estaba aún en cama, tuvieron una larga conversación acerca sin duda de la carta de Paco Ramírez.

Voy allá... hasta luego, amigo mío. Y marchóse por el sendero que atraviesa la parte baja del jardín... Corrían por esos días los postreros de abril, y a través del follaje, aún claro en esa época, pudo distinguir a Pedro y a Beatriz que caminaban lentamente uno al lado del otro.

Hablaremos; nos diremos cosas nuevas, nos haremos la tertulia entre los tres, oiremos la música y tomaremos el fresco. Para tomar el fresco replicó don Braulio lo mismo es ir allí que al Prado. Y aun se ahorraría el dinero de las entradas dijo doña Beatriz. Inesita iba silenciosa, y dejaba que siguiese el diálogo entre marido y mujer. No lo digo por la miseria del gasto, Beatriz.

Pero la había traicionado para defenderla contra injustas y crueles imputaciones, para volver la calma a un desdichado en la desesperación, en fin, y, sobre todo, para conjurar el inminente peligro de un deplorable desafío. Beatriz, que la escuchaba con apasionado interés, no respondió sino cubriendo de besos la mano de su amiga.

¿Y cuándo quiere usted que hable a Beatriz? Vizcondesa, lo más pronto posible, le suplico... le aseguro que hasta que conozca su respuesta estaré en angustias de muerte... Usted ve que a esta carta juego mi porvenir... es para un momento solemne... y, a pesar de sus seguridades de usted... qué yo... no tengo gran confianza... ¡tengo miedo!

¡Muchas gracias!... recuerde usted que no debe prevenir a Beatriz el momento de su partida. ¡Por supuesto!... pero podré despedirme de ella sin decirle nada, supongo. Eso ... ¡claro está! respondió la vizcondesa.

Ya no pudo pensar en ella como en una Beatriz inmaterial; sus pensamientos se quedaban abajo. Y vio lucir en el aire, reflejados desde el fondo de su espíritu, los ojos turbios de la Angustia. Muñoz entró en casa de Charito sin esperanzas de encontrarse con Adriana, pero con la idea de que su amiga pudiese darle noticias de cómo andaban sus relaciones con Julio.

Llevola tan sólo una vez a la corte para no poner en peligro su propósito, y trató de alejar a los hermanos San Vicente, cuya familiaridad debía inspirar a Ramiro perpetua desconfianza. Para esto ordenó a doña Alvarez que, así como Gonzalo o Pedro se presentasen de visita, estando él ausente, les hiciera decir que Beatriz no podía recibirles mientras su padre no regresara de la corte.