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Su primera idea de que el Conde fuese, si dejaba a doña Beatriz, o su marido o su amante, se limitó a uno solo de los dos términos del dilema. La Marquesa, tan libre hasta allí, decidió sujetarse al dominio de aquel hombre.

Os traeré en mi coche si os divierten los Jardines. Mi poeta y algún otro nos escoltarán. Es menester darse tono. No es cosa de venir aquí dos muchachas como dos aventureras. Mucho tengo que agradecerte exclamó doña Beatriz. No, niña mía, no me agradezcas nada. Lo hago por egoísmo. Aquí para entre nosotras, la vanidad no me ciega; voy siendo ya cotorrona.

Alteróse el rostro de la vizcondesa, que interrogó a Beatriz con mirada inquieta. , pero me parece que ni pensarás siquiera... díjole con emoción a la huérfana su seductora amiga.

El pobre Fabrice no debía escapar a esa fatalidad: desde el regreso de Pierrepont mostraba por él aún más efusiva amistad que en los mejores tiempos del pasado, lo que quizás explicaba, el deseo de ganar para Beatriz la compañía de un tan consumado y brillante hombre de mundo cual era el marqués.

Paco y Beatriz se casaron: y Paco borró con besos, que dió a Beatriz despierta, la impresión al parecer indeleble de aquel beso tan poético que ella había recibido dormida. Paco, algo recelosillo, como buen lugareño, se guardó bien de llevar a Madrid a Beatriz, no hiciera el diablo que se le antojase de nuevo que el Condesito estaba enamorado de ella seráficamente.

Provisto de cuerda y sin cuidarse de escribir previamente esquelas de despedida, como es de moda desde la invención de los nervios y del romanticismo, se dirigió nuestro hombre al estanque de Santa Beatriz, lugar amenisimo entonces y rodeado de naranjos y otros árboles, que no parecía sino que estaban convidando al prójimo para colgarse de ellos y dar al traste con el aburrimiento y pesadumbres.

El Conde te distingue, te aprecia, te halla linda y agradable y discreta, y por eso habla contigo. Como es muy galante, te hace doscientos mil elogios; pero de ahí al amor hay una distancia infinita. ¿Y quién te asegura que no ha salvado él esa distancia? preguntó Beatriz. Nadie me lo asegura contestó Inés ; pero yo lo supongo. En todo caso, lo mejor es que no te ame. ¿Habías de amarle? No.

La señora de Aymaret interrogó a Pierrepont con una mirada. Creo respondió el marqués , que la señorita Beatriz no tiene durante el día más que, una hora libre... es aquella en que mi tía duerme la siesta después del almuerzo. Perfectamente; entonces ésos son nuestros momentos.

Las palabras de Beatriz en el estrado le volvían a la memoria. ¡, era preciso dejar alguna vez la alcándara y volar hacia la heroica cetrería! A él mismo se le alcanzaba que no era airoso ligar su nombre al de aquella descendiente de ilustres adalides sin ofrecerla, primero, alguna bandera de nave mahometana, o una corona mural ganada en los asaltos de Flandes.

Deseó el pintor ver algunos de los bosquejos por Beatriz comenzados, mostrándoselos ésta con cierto aire de confusión; eran copias directas de la naturaleza misma que el artista no halló desacertadas.