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Interiormente habían desaparecido la sillería y aparador de nogal tallado del comedor; subsistían intactos el cuarto de Riquín, el del baño, parte principal de la casa; el que solía ocupar D. José Relimpio cuando allí pernoctaba, el de Mariano y el de la muchacha.

Los que están vivos de veras son los que nos hacen los cubiertos de comer, que parecen de plata, y no son de plata pura, sino de una mezcla de metales pobres, a la que le ponen encima con la electricidad uno como baño de plata.

Cuando el tío mayordomo hablaba así, Emma estaba medio loca, sin sentido para nada que no fuesen sus pasiones, sus alegrías, aquella vida desordenada y de bullicio en que se había metido como en un baño de delicias.

Eso no es para exclamaba . Que me traigan mi baño. ¡Yo no puedo vivir sin baño! Que me saquen de esta pocilga; que me traigan mis vestidos, mi coche; que venga Joaquín...». Todo fue inútil para calmarla; pero al fin el exceso de la irritación trajo a la mañana siguiente el agotamiento y con él la remisión de un mal tan penoso. No obstante, era de todo punto imposible hacerle tomar alimento.

La Regenta no pensaba en los títulos de propiedad del Vivero; gozaba de la naturaleza, de la salud y del relativo lujo que habían acumulado los Vegallana en su famosa quinta, sin fijarse en nada más que gozar. Vivía allí como en un baño, en cuya eficacia creía.

Ahora les ha dado a los madrileños por poner en las casas baño y ascensor, y esto será muy agradable para el cuerpo, pero tiene que ser funesto para el alma. Baños, librerías, grandes hoteles, derechos políticos, un Ateneo, una Casa del Pueblo... ¿Es que nuestros mayores necesitaban ninguna de estas cosas?

En poco tiempo su amistad y su influencia con el Duque crecieron de tal modo, que pudieron ser notadas, no sólo de los habitantes de la casa, sino también de muchas personas de fuera. Don Jaime la iba a esperar al baño muchos días y la acompañaba hasta casa atravesando la villa por el medio, excitando poderosamente la curiosidad pública.

Dio gracias al Señor porque reparaba al fin la gran injusticia cometida con ella por la sociedad; rezó, se espiritualizó, bañó su alma, si así puede decirse, en ondas de honradez y virtud; la aromatizó con esencias sacadas de la dignidad, de la magnanimidad y nobleza.

Cunegunda se postró á sus plantas, y las bañó en llanto, pero fué en balde. ¡Fatuo, sin seso, le dixo Candido, te he librado de galeras, he pagado tu rescate, y el de tu hermana que estaba fregando platos, y que es fea; soy tan bueno que quiero que sea mi muger, y todavía quieres tu estorbármelo! Si me dexara llevar de la ira, te matara segunda vez.

Gozaba tanto las delicias del baño, que lo repetía tres y más veces, hasta que el agua quedase cristalina como al salir de la fuente; amaba las flores, los pájaros; no tenía más placer que consultar con el cristal del espejo los adornos que le sentarían mejor. Los trajes, por atracción irresistible, siendo masculinos, se acercaban cuanto era posible a la forma femenina.