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Por la gesticulación del cura se ve que no comprende mi estado de alma y que no se da cuenta tampoco de la psicología de un corazón de muchacha. La de Ribert y Genoveva son más indulgentes conmigo. Sin dejar de apoyar a la abuela ponderándome las ventajas de una unión con el señor de Baurepois, una de las fuerzas del partido militante conservador, han depuesto las armas las primeras.

No tienes nada de lo que hace falta para un hombre de mi valía.» ¡Ay! abuela, no quiero despertar de esta manera... La abuela se encogió de hombros. ¡Qué niñada, Magdalena!... Estás desbarrando... Y yo que esperaba que la belleza moral del señor de Baurepois... Permíteme, abuela.

Mi alma burguesa estaría más conforme con una dicha más tranquila y menos ilusoria... Un marido que me hiciera feliz es todo lo que yo pediría. Y bien, el señor Baurepois... Temo que me aburriría mortalmente. Trate usted de gustar a una muchacha... murmuró la abuela con una desesperación que hubiera sido cómica a no ser tan sincera.

No niego la belleza moral del señor de Baurepois... Es hasta probable que si yo conociera a ese señor un poco más, me gustaría bastante para olvidar a la larga las imperfecciones físicas que me ciegan por el momento. Esa belleza moral está demasiado oculta... El salvar a Francia es hermoso, no digo que no, pero, entre nosotras, yo no tengo tanta ambición.

La abuela, no queriendo interrumpir la conversación de aquellos señores, se confundió en excusas y suplicó al cura que nos dejase aprovechar sus luces comunes continuando su plática. El caballero tarro de tabaco nos fue presentado. Se llama Teodoro Baurepois y practica como especialidad la salvación de Francia.

Oye me dijo dejándome para no ceder a la tentación de regañarme, quiero creer que no es esa tu última palabra. Tengo los informes más perfectos sobre el señor de Baurepois. Como fortuna y como relaciones no encontrarás cosa mejor... Es un hombre serio... Reflexiona. Y la abuela desapareció sin dejarme decir una palabra.

En casa de la Sarcicourt, absolutamente nada... Me resigné fácilmente a pensar que el pretendiente porque debía de haberlo había llegado tarde al tren. Otro día será pensé con alguna angustia ante la idea de volver a empezar las fases de mi atavío de conquista. La abuela se encargó de desengañarme con una pregunta tan brusca como imprevista. ¿Qué te parece el señor de Baurepois, Magdalena?

De modo que estoy lucida... Después del señor Desmaroy, el señor de Baurepois... De Escila a Caribdis... ¡Qué agradable situación la de una joven casadera!... 16 de diciembre. La abuela acepta difícilmente mi negativa respecto del señor de Baurepois, dice que me porto como un chorlito y lamenta mi deplorable obstinación.

¿Conquistada?... Entonces se conquista ahora a las muchachas con discusiones sociales... Las muchachas serias respondió la abuela ligeramente ofendida, tienen así ocasión de apreciar a un pretendiente... ¿Qué más quieren? Solté una carcajada vibrante, prolongada, interminable. De modo, abuela, que el señor de Baurepois era un pretendiente... Ciertamente balbuceó la abuela. ¿Por qué no?

Mi inocencia no sospechó del señor de Baurepois, el cual no me parecía de la madera de que se hacen los maridos. En casa de la Bonnetable, olvidada ya de su enfado, esperé en vano al señor en honor del cual me había puesto mi traje azul y el sombrero cuya pluma, etc. En casa de la señora de Ribert, ni sombra de pretendiente. En casa de la Roubinet, nada más que un diluvio de flores de retórica.